Salvador Díaz Sánchez
Hoy asisto, perplejo, a los funerales del canto
fiebre de cuervos que avanza sobre el estupor de la gente
sin piernas, sin dientes, sin hijos camina el galeón de la pobreza
Iguala, paisaje de sangre, santuario de la violencia
a esta hora cada piedra, cada palabra, cada estrella
cada peldaño que escalo es un árido lamento
cada árbol revierte su clorofila en claveles sin sangre
cada corazón rezuma topacios en el pecho abierto de una esperanza
escoria, banda de criminales, crías de hienas gobiernan hoy a la muerte
guían a la Parca que carcome el medio día de mi pueblo
conducen a la Guadaña que siega los sueños de aprendizaje
padrotean a la puta Láquesis que se vende al mejor postor
escribo esto y enseguida brama la Inexorable rastrera
a los ojos de Dios que soporta un aire de tristeza
qué dirá Él al ver los clavos de su cruz trasmigrando a otras manos
al ver cómo flota su corona de lágrimas en un torrente sanguíneo
cierto, hay cosas predestinadas para ser de este u otro modo
pero no los garfios inclementes que laceran una y otra vez
el magullado paladar de los estudiantes de Ayotzinapa
así nos encontramos hoy, postrados ante el señor Dolor,
ante el señor Horror, ante el señor Terror, ante el señor Martirio
abatidos ante la señora Tristeza, prosternados ante la señora Angustia
desfallecidos ante la señora Zozobra
esperando comparezca el Indeclinable
el pueblo noble y retuerza en sus brasas purificantes
al señor Pánico, a la señora Melancolía, al señor Miedo
se revelen la señora Humanidad, la señora Convalecencia
y borren de tajo toda esa corte infernal de apocalípticos jinetes
para que salgan al encuentro de nuestros antebrazos desprendidos
de nuestras almas en andrajos, de nuestros ojos que vuelan otros aires
que vengan a resarcir la aurora de nuestros jóvenes estudiosos
comprometidos con la vida, con su gente, con su suelo
que se levanten en motín todas las piedras, los surcos y las azucenas
y sepulten a la bazofia política y su corte amargosa de lameculos
que los señores gorriones apliquen un furioso piar en los oídos
de los carniceros de Iguala, Aguas Blancas y Ayotzinapa
y las señoritas abejas dejen al punto todas sus flores
y en un enjambre florido aguijoneé hasta el suplicio a los patibularios
que los señores puños se junten y de un solo golpe
derrumben a los padrotes del capital y a sus falderillos
vestidos de púrpura escarlata
que tienen por alma una daga sangrienta
de los que visten la patria de vísceras y cuerpos informes
y al final el miedo deje de fluir para transformarse en rabia y lucha
y no en olvido ni en indiferencia, que en Ayotzinapa
a pesar de todo, empieza a germinar un mundo nuevo…
(Noviembre 4 de 2014)
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