Javier Corral Jurado
“(…) el auténtico Enrique Peña Nieto, está a nuestra vista y lo exhibe en su justa dimensión la crisis de derechos humanos que vive el país. Ni el horror de los hechos que ha narrado su propio Procurador sobre la forma en que fueron asesinados los normalistas de Ayotzinapa, le despertaron la sensibilidad al dolor, ni la solidaridad con el país dolido y doliente; decidió viajar a China porque sin él, el G-20 es mucho menos que 19 y ya se la creyó que una buena parte del mundo gira en torno suyo. (…)”.
Enrique Peña Nieto. Foto: Presidencia |
Martes 11 de noviembre de 2014
Al Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, se le construyó durante su desempeño como Gobernador del Estado de México y a fuerza de despliegue televisivo una imagen, la de un político exitoso, administrador eficaz. Durante la campaña a la Presidencia ese mismo manejo mediático y expandida por una montaña de dinero, reforzó la percepción pública de un político hábil, disciplinado, cumplidor de cada uno de sus compromisos. En el ejercicio del primer año y medio de gobierno, la estrategia magnificadora de las cualidades presidenciales llevó las cosas muy lejos: reformador, estadista, "salvador de México", lo llamó la revista TIME.
Pero el Presidente de verdad, el auténtico Enrique Peña Nieto, está a nuestra vista y lo exhibe en su justa dimensión la crisis de derechos humanos que vive el país. Ni el horror de los hechos que ha narrado su propio Procurador sobre la forma en que fueron asesinados los normalistas de Ayotzinapa, le despertaron la sensibilidad al dolor, ni la solidaridad con el país dolido y doliente; decidió viajar a China porque sin él, el G-20 es mucho menos que 19 y ya se la creyó que una buena parte del mundo gira en torno suyo. En realidad es la fuga de un Presidente que cree que sólo con la "caja china" de Televisa, podría superar el momento y administrar la irritación social para distraerla o cansarla.
El momento actual nos recuerda que Peña Nieto sería casi nada sin el Pacto por México y quizá ahí es donde realmente se localiza una sagacidad reconocible: saberse carente de legitimidad y conseguirse el apoyo de las cúpulas partidarias entre la oposición para convertirlo en el vértice del acuerdo histórico que desatoraría reformas largamente pospuestas, aunque no las compartiera, ni fuera capaz de comprenderlas, e incluso, terminara traicionándolas en componenda con esas mismas cúpulas que no pudieron admitir haber sido chamaqueados por el grupo en el Poder.
Y como eso le dio a Peña Nieto una nueva envoltura ante el mundo con la que extendió el disfraz de su verdadera consistencia, la semana pasada pretendieron repetir la fórmula de un nuevo pacto, exactamente con los mismos actores políticos, para repartir la ineficiencia, la ineptitud, la impunidad en el problema de inseguridad entre todos los partidos. Y ahí estaban puestos ya, en la colusión y el entreguismo de su relación con el poder, los líderes de la "oposición". Pero la dura realidad, desbordada la exigencia social en las calles y las duras críticas que desde muchos ámbitos se alzaron, contuvo la nueva estrategia de fachada.
Sin embargo está ahí, crudamente, la magnitud de la tragedia y frente a ella el problema mayúsculo: tenemos un Presidente de la República que sólo se concibe Presidente de la clase política y no de una Nación. Gobierna sólo sobre las cúpulas partidistas, porque las tiene controladas a partir de sus conductas vulnerables y debilidades conocidas. Por eso pensó en otra fotografía en el Castillo de Chapultepec o en Palacio Nacional, porque cree que la imagen puede seguir sobreponiéndose a la realidad. Porque su visión no le da para más. Mientras permanezcan en el país los dos únicos hombres a los que él ha confiado los destinos de México, Osorio y Videgaray, viajar a China es un acto que estamos obligados a respetar y entender.
He señalado esta desintonía con la sociedad; digo que esta desconexión de la clase política y del Presidente de la República con el reclamo ciudadano, con el momento que vivimos, demuestra el agotamiento del régimen. Sería esperanzador si sólo llamáramos a las cosas por su nombre y se encarara la necesaria reforma de las instituciones, hacer verdadero y válido el sistema de justicia. Pero nada de eso se advierte, y a la irresponsabilidad se le suma el mayor riesgo de las últimas décadas, la irrupción de una profunda rebelión social. La violencia misma, y la saña con que se asesinaron a los jóvenes, son ya un adelanto de ello.
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