MOISÉS SÁNCHEZ RAMÍREZ
Moisés Sánchez Ramírez |
Domingo 9 de noviembre de 2014
Así como el crimen común constituye la principal amenaza a la población, el narcotráfico es la principal amenaza al Estado, es decir, el crimen organizado le disputa al Estado espacios de poder y el ejercicio legítimo de la fuerza y está constituyendo un poder paralelo: el terror, el asesinato y el control territorial. Para el Estado mexicano, el crimen organizado es la principal amenaza, si bien existen signos de refeudalización en los principales cárteles de la droga, la lógica del sistema corrupto y de esa clase política que hoy nos gobierna es otra, que a ese mismo crimen organizado le sumen el horror, la miseria y el deterioro del tejido social, el discurso oficial respecto a la desaparición de los 43 jóvenes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero, es que bandas del crimen organizado tienen que ver con este hecho. En esta otra lógica, es el Estado mexicano, con la llegada del PRI a Los Pinos quien con las prácticas de horror y la contextualizada “guerra sucia”, tiene plena responsabilidad, este trágico fenómeno de Estado se vuelca hoy contra la sociedad, a decir verdad, no sólo es de manera estructural con las reformas impuestas, con el saqueo a la nación, contra las mujeres y hombres jóvenes estudiantes, con todos los sectores de la sociedad, impera hoy en el estado mexicano un odio perverso sin control, sin medida y bajo la complicidad corrupta de la clase política y empresarial. No podemos vivir más en un Estado en donde las instituciones públicas no hagan su labor, en donde el estado de derecho impere sólo para los poderosos, en donde la mayor parte del país sufra ese abandono institucional provocado por la simple necesidad de poder y control que esos poderosos siempre anhelan.
Este prolongado periodo de descomposición social por el que atraviesa la sociedad mexicana es no sólo producto de las políticas públicas que resultaron no sólo fallidas sino contraproducentes. Como sociedad enfrentamos uno de los desafíos más importantes, si bien la precaria situación de seguridad y la violencia que ejercen los grupos de la delincuencia organizada es producto de un mal gobierno ineficaz e ineficiente, de un sistema político autoritario disfrazado de democrático, es evidente que el Estado mexicano no ha aprendido a interactuar con la sociedad mucho menos a gobernar, que finalmente va implícito el tema del sistema neoliberal que impera en México, es decir, jamás vamos salir del abismo de masacres, violencia física, económica, patrimonial y colectiva, además de una psicosis que vivismo actualmente. El control social que ejerce el Estado mexicano es evidente con el constante bombardeo mediático de las principales televisoras que no sólo crean confusión en la sociedad mexicana sino que la modalidad es atacar al adversario político con las viejas prácticas del PRI infiltrando delincuentes y saboteando las legítimas movilizaciones sociales que hoy vemos en gran parte del país por el descontento generalizado de esta sociedad harta de la impunidad y la violencia; concretamente de los casos Tlatlaya y Ayotzinapa. Si hace años el Estado mexicano y el partido en el poder (PRI) desaparecían, asesinaban y encarcelaban a líderes y adversarios políticos, hoy la práctica es denostar, involucrar y asesinar como lo hemos visto en los últimos años con los asesinatos de candidatos a gobernadores, a diputados, a presidentes municipales, síndicos y regidores en el país y aun estando en función, estamos siendo sometidos al horror, al desmedido autoritarismo y totalitarismo, huella distintiva del partido en el poder.
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