por Ciber V. V.
“La irreverencia frente al poder es una actitud vital
para ser un ciudadano de cuerpo entero.”
Denise Dresser
El original movimiento estudiantil que han realizado los jóvenes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), ha dejado muestras claras de ciudadanía y civilidad críticas y responsables, pero ante todo, del compromiso de los educandos, o sea, de los principales destinatarios de la educación que el Estado y el gobierno tienen la obligación constitucional de proporcionar. Lo decimos porque uno de los substanciales reclamos que propició la radiante irreverencia de los muchachos, hacia las que hace poco eran las máximas y sordas autoridades de la institución, fue que la educación que ahora imparte se ha alejando del alto nivel académico del que presumían, implementando condiciones para su tecnificación. En otras palabras, respaldan una educación que no tiene la finalidad de producir conocimiento tecnológico, sino de saber aplicarlo; aspecto que debilita la misión, principios, funciones y alcances del IPN y pone en duda la profesionalización del aprendizaje de los alumnos, sustentada durante décadas.
A reserva del superficial comentario, que su anterior directora general Yoloxóchitl Bustamante hizo hace casi dos meses al noticiero nocturno de Canal 11, considerando improcedente el que los estudiantes esgrimieran tal argumento, ninguna autoridad educativa despejó sus dudas, ni las de la población en general. Como encargados tendrían que haber mostrando con precisión qué tipo de cambios y por qué se hacían, tanto al Reglamento Interno como a algunos programas de estudio. Dejaron, no sabemos por qué y por ello persiste la desconfianza, que la dinámica, la agenda de trabajo y las movilizaciones de los estudiantes, así como las respuestas que fueron dando tanto ellos como directivos del IPN, como los funcionarios del gobierno; primero de indiferencia, luego de descalificación y desconfianza, y por último de reconocimiento de la Secretaría de Gobernación, marcaran las líneas a seguir. Las autoridades desaparecieron, no fueron capaces de abrirles las puertas a los destinatarios de su trabajo, para convencerlos, con argumentos académicos, de que todo lo que habían hecho, no sólo estaba en regla, sino que los beneficiaría.
Porque se supone que para eso servirían los cambios, ¿no?, para contribuir con el estudiantado. En contraste, los muchachos sostuvieron públicamente, que además de no haber sido invitados a la elaboración y discusión de las nuevas propuestas, no se les dieron a conocer a tiempo. Mientras que aquellos que cursaban ya los nuevos programas de estudio, alegaban que habían reducido el número de sus materias, que les daban algunas que no cumplían con los objetivos del semestre, o bien, que trabajaban contenidos pertenecientes niveles inferiores, es decir, rebasados ya por su bagaje de conocimientos. El problema es que desde hace más de una década, se ha reportado la tendencia global a reducir la cantidad y complejidad en el manejo de contenidos educativos, de capacitación y de actualización, bajo el enfoque eficientista y tecnócrata de resultados en la productividad, y no en el desarrollo del conocimiento y de la invención, al igual que en el intelecto y la responsabilidad social.
Las declaraciones de varios jóvenes politécnicos, sobre su inquietud por la tecnificación de la enseñanza en los nuevos programas de estudio, nos indica que no son jóvenes que quieren que les faciliten la vida escolar para que salgan pronto con un título en la mano, sino que prefieren que ese título valga y amerite el esfuerzo de cursar un programa de calidad. Esto es, aquél que posibilita de manera adecuada y pertinente el desarrollo de todas las capacidades, habilidades o competencias del estudiante en los planos teórico y práctico, científico, social y cultural, comunicativo y político. Para Carlos Montemayor, esto se debe a que la educación, ya no es vista como un proceso social o un factor impulsor de la transformación de un país. Hecho que se refleja, por ejemplo, en el lenguaje usado por los acuerdos comerciales; la palabra estudiante es sustituida por “consumidor del servicio” y las instituciones educativas, ahora son “proveedores”, a los que les facilitan la instalación de sus propios campus o su asociación con instituciones domésticas.
El fallecido autor, nos dice entonces que la educación básica ya no es un medio de transformación y desarrollo social, es un trámite para volverse consumidores de servicios especializados, esto es: “…los grandes consorcios globalizadores están creando, y ahora así lo impulsan, su propio orden educativo, un sistema de enseñanza acorde con sus necesidades, con su visión del mundo y con sus planes de expansión mundial.”1 En la próxima entrega ahondaremos en el tema.
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