“(…) su producción llega a tener costos casi simbólicos. Un ejemplo cercano, ‘Electropura’, con su planta ubicada en la carretera México-Texcoco, posee desde hace muchos años sus propios pozos, cuando las comunidades aledañas a la factoría carecen de agua potable. (…)”.
Cañón del Sumidero, Chiapas. Foto. Francisco Gómez |
Ciudad de México. 15 de Marzo. Durante estos días ha vuelto a la mesa el complicado tema del agua en México, cuyo pretexto es esta vez la iniciativa del poder ejecutivo enviada al poder legislativo federal, bajo la denominada Ley General del Agua, cuyo sospechoso texto por lo pronto espera en el baúl de la Comisión camaral que ya aprobó la iniciativa.
Y cómo no ha de despertar sospechas la mencionada iniciativa del agua, si los últimos 30 años los gobiernos gemelos de los Partidos Revolucionario Institucional, PRI, y el de Acción Nacional, PAN, no han hecho sino privatizar todo lo que ha costado sacrificio y dinero al pueblo mexicano; todo, absolutamente todo ha sido puesto en manos privadas transnacionales, y de los nativos capitalistas de los socios de los extranjeros.
Petróleo, ferrocarriles, energía eléctrica, comunicaciones, minas, bancos, ingenios, carreteras, puertos, y sus respectivas empresas han sido malbaratadas desde el grisáceo gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado, hasta el actual de El Pequeño Nieto, EPN, yendo a parar siempre a manos de personajes que naturalmente tienen relación abierta u oculta, pero siempre muy sólida, con el mismo poder político reinante en México.
Son lo mismo y los mismos.
El agua, tema fundamental para la sobrevivencia de cualquier sociedad tiene múltiples ángulos.
Laguna Encantada, San Pablo Guelatao, Oaxaca. Foto. Francisco Gómez |
Empresas transnacionales productoras de agua embotellada (Pepsico-Electropura; Coca Cola-Ciel, o Danone-Bonafont) venden el líquido a precios exorbitantes, cuando su producción llega a tener costos casi simbólicos. Un ejemplo cercano, Electropura, con su planta ubicada en la carretera México-Texcoco, posee desde hace muchos años sus propios pozos, cuando las comunidades aledañas a la factoría carecen de agua potable. Vaya, ni siquiera empleos generan a los vecinos, y mucho menos dejan impuestos locales, pues su tributación es de carácter federal.
ORGANISMOS OPERADORES DEL AGUA
Por un lado, con honrosísimas excepciones, desde la llamada Comisión Nacional del Agua, Conagua, hasta casi la totalidad de los organismos públicos locales operadores de agua en México, todos operan con altísimos grados de ineficiencia, corrupción y endeudamiento, lo que generalmente deriva en el uso político de tan estratégicos organismos, que terminan sobreviviendo dando un pésimo servicio, e incluso a veces como “caja chica” de grupos de poder político local.
Por el otro, millones de usuarios sin agua, muchos que no pagan su consumo, y a quienes la ley poco o nada puede o quiere hacer, pues comúnmente siempre hace su aparición su majestad la corrupción, para “arreglar” esos problemitas. Como en otros casos, mientras el vival mata a la vaca, el usuario le agarra la pata, y que se amuelen los usuarios cumplidos.
Laguna de Zumpango, Estado de México. Foto. Francisco Gómez |
Independientemente de la comercialización, la semilla, los fertilizantes, y el trabajo del hombre, el agua, es fundamentales para producir alimentos; los productores que tienen concesiones de agua, deben pagar altos costos por la electricidad que gastan en sus pozos, lo que en sí mismo es una enorme carga; los más pobres, los temporaleros deben arriesgar y rezar mucho por un líquido que no siempre llega, desgracia que para los burócratas de las maléficas aseguradoras agrarias gubernamentales, siempre se ha convertido en fabuloso festín. Y si escasea la comida, se soluciona con la importación, pues nunca importa arriesgar la soberanía alimentaria.
A algunos les parece extraño, pero muchos alimentos se producen con el riego de aguas negras; la zona del Valle del Mezquital, en el Estado de Hidalgo es un ejemplo claro del valor del agua, así sea agua no limpia, por lo que desde hace muchos años voces críticas han insistido ante las distintas autoridades en la seriedad del tema, por lo que permanece la exigencia de una vigilancia oficial rigurosa de las descargas clandestinas de líquido a los afluentes, así como el tratamiento responsable de todas las aguas negras.
La Ventanilla, costa de Oaxaca. Foto. Francisco Gómez |
Además de la natural evaporación, parecen desconocerse los niveles de desperdicio de agua potable en las tuberías de los domicilios y empresas, también de la que se pierde en fugas antes de llegar a los usuarios; urge también una mayor conciencia sobre la excesiva dilapidación de agua que cotidianamente hacemos quienes tenemos la fortuna de abrir una llave y considerar natural la salida del cristalino líquido.
En México aún tenemos mucha agua, dulce y salada, y de rehúso, afortunadamente nuestro país está rodeado de ella, pero es preciso comprender que no siempre será así. Hasta ahora, al menos en la capital del país, se paga la administración del servicio, pero no el costo preciso del agua, llegando el subsidio hasta un 75 por ciento; ¿Alguien sabe verdaderamente cuánto cuesta el agua?
Tenemos tanta agua para desperdiciar, que permitimos que se junte el líquido limpio con aguas negras, y más grave aún, las cantidades de agua que se auténticamente se tratan y reutilizan son ínfimas. También es impostergable la inyección de agua pluvial al subsuelo para recargar los mantos.
Se presume que igual que con el petróleo, o las telecomunicaciones, los oligarquía pri-panista pretende consolidar la entrada (existente desde hace años), del dinero privado en el sector del agua, sin importar el riesgo que ello supone para los más de 115 millones de mexicanos de ahora, y los que vienen. Está visto que la inversión privada, sea nacional o externa, no siempre es sinónimo de eficiencia, no al menos mientras los gobernantes actúen como han venido haciéndolo desde que tenemos memoria.
Ahora los legisladores mexicanos han pospuesto tratar el tema, eso tampoco ayuda, se debe dialogar al respecto, pero desde una posición seria y de respeto, donde preferentemente no se impongan leyes de dudosa procedencia, cuyos fines de ambición sexenal nuevamente afloran con el cinismo propio de los ambiciosos del PRI-PAN. Ellos se van, los ciudadanos nos quedamos.
La Ventanilla, costa de Oaxaca. Foto. Francisco Gómez |
He tenido la fortuna de mirar agua por doquier a través del país; en el sur desde los caudalosos Ríos Grijalva, Usumacinta o los Pantanos de Centla, en Tabasco; el poderoso Cañón del Sumidero, y las Cascadas de Agua Azul, en Chiapas; la hermosa Ría Celestún, y los cenotes sagrados en Yucatán; el altísimo Citlaltepetl; el Río Coatzacoalcos, la mágica laguna de Catemaco y el Pánuco, en el centro, sur y norte veracruzano, respectivamente; la emblemática laguna de San Pablo Guelatao, o las dulces playas del amor en Zipolite, Oaxaca; el alto Balsas en Guerrero; la bella Laguna de Términos en Campeche; y hasta el adorado Cozumel, en Quintana Roo.
En el Centro y occidente de México, las lagunas de Zempoala en Morelos; los floridos canales de Xochimilco; y el lago artificial de Chapultepec, en el DF; la laguna de Zumpango; los quietos lagos artificiales de Texcoco, siempre con aves; los deshielos de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl; Valle de Bravo, todo ello en el Estado de México. El cañón en El Alberto; el Río Tula y los canales de riego de aguas negras, en Hidalgo. Al occidente, el paraíso aislado de las Islas Marías y sus presos; Puerto Vallarta, Jalisco; el Río San Juan, en Querétaro; el larguísimo Río Lerma; Janitzio; los Azufres; y la tímida playa de Maruata, en Michoacán.
Hacia el Noroeste los siempre productivos Ríos Mayo y Yaqui, en Sonora; la cara belleza privatizada de casi todas las playas sud Californianas; los profundos ríos, también privatizados, que corren a lo largo del cañón chihuahuense. Por el centro norte la Cola de Caballo, en Nuevo León; y hacia el noreste el incomprendido Río Bravo; la laguna del Carpintero con sus lagartones quinistas; y toda la enorme franja costera a lo largo de Tamaulipas.
Son los lugares que se derraman ahora en mi memoria, como el agua; pero paralelamente también exigen su espacio en el recuerdo los sitios donde la carencia de líquido es una contradictoria realidad diaria. Al oriente de la zona metropolitana del DF, en Iztapalapa, Nezahualcóyotl y Ecatepec. La árida zona de La Laguna, en Durango y Coahuila; la sequía, y aparente sed sofocada de los habitantes de Hermosillo, quizá a costa de los sureños productores sonorenses. También, paradójicamente, la carencia básica de infraestructura hidráulica en muchos de los pueblos aledaños al Río Pánuco, sobre todo en la parte de Veracruz.
El agua produce todo: la vida, comida, frescura, sacia nuestra sed, y por si no fuera suficiente, nos ofrece una profunda belleza visual que se propaga y puede transformar de mil maneras al ser humano; pero también resulta inevitable recordar el cíclico daño, nunca reparado del todo, de las catástrofes que ocasionan los fenómenos meteorológicos como los huracanes, en cuyas posteriores inundaciones casi siempre salen perdiendo los de siempre.
Desde el México prehispánico el tema del agua ha sido complejo, vital y de alta veneración, pues es en medio de un lago donde se asentaron nuestros antepasados, quienes al paso del tiempo construyeron al mítico y genial Tláloc, como muestra del agradecimiento, felicidad y necesidad de preservar algo invaluable como el agua.
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