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“Entregarle la presea a Baillères desnaturaliza los objetivos de la distinción, proclamada desde su creación para ‘premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad’.”

Senador Javier Corral Jurado

Martes 10 de noviembre de 2015

En insólita decisión, la mayoría del Senado de la República otorgó la medalla Belisario Domínguez al empresario priísta Alberto Baillères. Es la primera ocasión en que tal condecoración, la máxima entre las distinciones que realiza la cámara alta, no se produce por acuerdo unánime del pleno senatorial desde 1954 que le fue conferida a la profesora Rosaura Zapata. Apenas la mitad más uno de los integrantes del Senado, 65, emitieron voto a favor y 12 votamos en contra; así fue anunciado el cómputo en la sesión del 4 de noviembre, aunque luego, instigados quizá por la precariedad del consenso, los números de la votación cambiaron al ser publicados en la página de internet: 72 – 13.

Las dos cosas son un despropósito y un signo inequívoco del deterioro que sufre el régimen político. La política congresional muestra su distancia con la realidad, por ignorancia, desdén o cinismo.

Entregarle la presea a Baillères desnaturaliza los objetivos de la distinción, proclamada desde su creación para “premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad”. Se toma distancia con lo que había prevalecido hasta el año pasado: aunque corresponde a los tres principales grupos parlamentarios proponer candidaturas de manera alternada cada año, se tenía cuidado incluso de que los perfiles muy partidistas acreditaran el sentido de lo público. Pero ahora se ha invocado el éxito de un hombre, en el mundo de la empresa, con un componente esencialmente privado para que la medalla cuelgue de su cuello.

Como Senador en dos ocasiones he votado siempre a favor del dictamen que presenta la comisión. Así fui partícipe de la condecoración a Leopoldo Zea, Héctor Fix Zamudio, José Iturriaga, Luis González y González, Carlos Canseco, Gilberto Borja, Ernesto de la Peña Muñoz (póstuma), Manuel Gómez Morín (póstuma) y Eraclio Zepeda Ramos. Por supuesto celebré también las que en intervalo se otorgaron a Carlos Castillo Peraza, Miguel Ángel Granados Chapa, Don Luis H. Álvarez, Cuauhtémoc Cárdenas.

Repasar la historia de estos personajes, rememorar sus aportes al país permiten advertir que la decisión tomada ha tomado otro rumbo.

Tal como lo expresé desde tribuna me parece que además el reconocimiento es inoportuno. Mi decisión tiene que ver con el momento que vive México y la trágica realidad de miseria y opresión en que el Senado decide distinguir a un perfil cuya característica fundamental es la acumulación de capital. Un momento en el que cruje la desigualdad social, y se hacen patentes las persistentes formas de exclusión, la pobreza como la expresión mas dramática de ellas.

Nada tengo en contra del perfil empresarial, ni estoy peleado con el éxito de nadie, sobre todo cuando es fruto del trabajo fecundo y creador. Nunca me ha apantallado el dinero, pero tampoco tengo prejuicios por la riqueza o las personas ricas. Desprecio el dinero mal habido, y condeno el capitalismo de compadres: los ricos que se hacen tales a expensas de favores, concesiones y condonaciones del Estado. Pero por supuesto que para eso no nació la presea que lleva además de todo, el nombre de un mártir. En el caso de Baillères se trata, según, el Índice de Multimillonarios de Bloomberg, del segundo multimillonario con 14.5 mil millones de dólares, después de Carlos Slim.

El perfil de Alberto Baillères no es el que el decreto que crea la medalla especifica. Creo sinceramente que la fortuna de don Alberto ni está distribuida todavía entre la nación, ni podríamos hablar de que hay una redistribución en el mundo de ella.

Luego los datos del ser empresarial de Baillères han ido dando a conocerse estos días, tras la votación del Senado. Proceso ha recordado elementos muy cuestionables: como un empresario “de ligas estrechas con el poder político, con el que ha establecido una relación de favores mutuos”, la revista señala que en los años setenta ayudó a Luis Echeverría en su campaña de boicot publicitario contra el Excélsior de Julio Scherer García; que sus buenas relaciones con López Portillo y Miguel de la Madrid le permitieron gozar de privilegios tales como condonaciones fiscales.

En dicha publicación se le señala como uno de los beneficiarios del proceso de privatización en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, así como uno de los empresarios “más entusiastas” que financiaron su campaña y otras tantas del PRI. Ni más ni menos el hombre que organizó el pase de charola de 75 millones “por piocha” a una veintena de empresarios mexicanos para apoyar la campaña del PRI en 1988.

Esta información es esclarecedora para entender la votación que se llevó a cabo ese día. Es una verdadera lástima, lo acontecido; aunque poco importe a los que mandan en el Senado.

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