“(…) Hoy los militares
se han convertido en el principal bastión de apoyo político para el régimen
autoritario. Las Fuerzas Armadas también son hoy una de las más importantes
correas de trasmisión para las órdenes de Washington.”
Foto Internet/nuevolaredo.tv
Martes 17 de mayo de 2016
De cara a su muy
probable descalabro electoral tanto el próximo 5 de junio, en las elecciones
para gobernador en 12 estados y para la Asamblea Constituyente de la Ciudad de
México, como en las elecciones presidenciales de 2018, el régimen se mueve
rápidamente para acomodar sus fichas.
El objetivo es
garantizar su control sobre las palancas centrales del poder, aun en el caso
de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus aliados se vieran
obligados por la sociedad mexicana y la comunidad internacional a entregar
temporalmente el control sobre el Poder Ejecutivo nacional y en algunas
entidades federativas clave.
Todas las encuestas
demuestran que el PRI se encuentra en un proceso de franca descomposición
electoral. Si bien es posible que en los comicios de 2016 el partido de Estado
logre mantener el control político en la mayoría de las entidades federativas
en disputa, es ya un hecho el desgaste de sus tradicionales mecanismos de manipulación
social. El PRI muy difícilmente rebasará una votación de 40% en ninguna
entidad federativa, incluyendo sus tradicionales bastiones como Veracruz y
Tamaulipas, y en lugares como la Ciudad de México probablemente recibirá menas
de 10% de los sufragios. Recordemos que en las últimas elecciones federales -de
2015- el PRI conquistó solamente 29% de la votación nacional.
Cada día el PRI
depende más abiertamente de la compra de los resultados electorales. En su
desesperación, recurre a cualquier fuente de financiamiento para comprar
votantes, cooptar líderes sociales, controlar instituciones electorales y
garantizar la servidumbre mediática. Sin embargo, los costos de esta estrategia
aumentan con cada escándalo de corrupción revelado por la prensa nacional e
internacional. El partido de Estado hoy yace en un barril sin fondo de
desprestigio e ignominia.
En respuesta, Peña
Nieto recurre a las Fuerzas Armadas.
Históricamente
México había sido una excepción en América Latina respecto a la relativa despolitización
de sus Fuerzas Armadas. Mientras la mayor parte de los otros países de la
región experimentaban constantes golpes de Estado y sufrieron bajo juntas militares
durante años, en el siglo XX México se destacó por su estricta disciplina
militar.
A partir del sexenio
de Felipe Calderón, y ahora de manera particularmente pronunciada con Peña
Nieto, se rompió con esta larga tradición. Hoy los militares se han convertido
en el principal bastión de apoyo político para el régimen autoritario. Las
Fuerzas Armadas también son hoy una de las más importantes correas de transmisión
para las órdenes de Washington.
El reciente
espectáculo vergonzoso de entrega, por parte del secretario de la Marina, Vidal
Soberón, de la Medalla de Distinción Naval y Mérito Militar Primera Clase al
jefe militar del Comando Norte de Estados Unidos, William Gortney, transparentó
el total sacrificio de nuestra soberanía nacional en la materia.
Los raspones
recientes que han recibido las Fuerzas Armadas (el cuestionamiento de su papel
en el caso de Ayotzinapa, la divulgación de actos de tortura y algunos juicios
civiles contra militares que ejercieron cargos de importancia durante el
sexenio de Calderón) no implican de ninguna manera una merma en su poderío.
Como botón de muestra, tenemos las recientes reformas al Código de Justicia
Militar y al Código Militar de Procedimientos Penales, que constituyen nada
menos que un paso definitivo hacia el establecimiento de un gobierno
militar-fascista en nuestro país.
En venganza por la
supuesta “intromisión” de las autoridades civiles en sus asuntos “internos”,
con la aprobación de juicios civiles en casos de violaciones de derechos
humanos por militares, las Fuerzas Armadas han logrado que ahora sus
ministerios públicos y tribunales militares puedan entrometerse de manera indiscriminada
en asuntos civiles, con cateos a domicilios particulares y edificios
gubernamentales, así como espionaje directo a comunicaciones personales.
Unos días antes de
la aprobación de estas reformas en el Senado de la República, las Naciones Unidas
envió una misiva a los legisladores que advertía sobre los graves riesgos de
empoderar a los militares de esta manera. Los senadores hicieron caso omiso y
aprobaron las reformas en apenas siete minutos y sin discusión alguna.
Como contraparte de
la militarización de la política nacional, el régimen acelera la privatización
de la economía con el fin de atarle las manos a un eventual Poder Ejecutivo
bajo el control del pueblo. El Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus
siglas en inglés), hoy esperando su aprobación relámpago en cualquier momento
en el Senado, es aun más peligroso que la reforma energética.
Como hemos
argumentado en estas mismas páginas (véase:http://ow.ly/oBuB300fdJt),
mientras la privatización del petróleo removió un sector importante del
control estatal, el TPP busca acabar con la rectoría del Estado en todos los
sectores de la economía.
El elemento más
peligroso del acuerdo son los mecanismos jurídicos que permitirán a las
empresas transnacionales demandar al Estado mexicano por oportunidades de
lucro supuestamente perdidas a partir de acciones gubernamentales en defensa
del medio ambiente, de los derechos humanos o de regulación de la economía. Dichas
demandas no serán resueltas por las autoridades nacionales o el Poder
Judicial, sino por mesas de arbitraje internacionales controladas por las
mismas empresas transnacionales.
Fernando del Paso
tiene razón: México camina hacia el establecimiento de un Estado totalitario.
2018 podría ser nuestra última oportunidad para reequilibrar el balance entre,
por un lado, el poder despótico de las armas y el capital financiero
internacional, y por otro lado, el poder social desde abajo del pueblo
mexicano. Hay demasiado en juego, y el futuro de nuestros hijos e hijas es
demasiado importante como para darnos por vencidos antes de la batalla
definitiva.
Twitter: @JohnMAckerman
Publicado en
Revista Proceso No. 2063
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