“En lugar de contratar a cada vez más soldados, helicópteros
y armamento, el gobierno mexicano tendría que canalizar un porcentaje fijo, y
en aumento cada año, del producto interno bruto al sistema educativo nacional.
(…).”
Foto Especial
Lunes 23 de mayo de 2016
Aurelio Nuño caracteriza su cruzada en contra de la cultura
y la educación pública como una lucha en contra de los supuestos “privilegios”
del magisterio nacional. Para el señor secretario de Educación Pública, un
maestro que, a cambio de ocho o 10 mil pesos al mes, entrega su vida laborando
horas extras en condiciones ínfimas, enseñando a leer y a escribir a los niños
y las niñas del país, es un sujeto deleznable. Desde el punto de vista del
gobierno actual, habría que desechar, como si fueran fusibles viejos, a los
maestros con experiencia y pasión por la educación y el pensamiento crítico. En
su lugar, se busca colocar a nuevos interruptores chatarra traídos del
extranjero a precios de remate.
La guerra declarada por la ignorancia del poder contra la
voz de la conciencia encarnada en el magisterio nacional constituye una llamada
a despertar para todos los ciudadanos de nuestra querida patria. Si dejamos
solos a nuestros maestros, a nuestros sabios, a nuestros mentores, la historia
nos juzgará. Si hoy damos la espalda a los trabajadores de la educación nos
condenaríamos a un futuro de analfabetismo político controlado por gobernantes
avariciosos y perezosos que solamente valoran al lucro y la ganancia.
La profesión del maestro es una de las más dignas y
complejas que existen en el mundo entero. Quienes nos dedicamos a la enseñanza
sabemos que ningún examen de elección múltiple puede medir el talento o la
dedicación de un maestro. Existen, desde luego, grandes carencias en el sistema
educativo nacional. Pero estos problemas no se deben a los mentores, sino a la
corrupción enraizada tanto en el sindicato oficial, el Sindicato Nacional de
Trabajadores de la Educación (SNTE), como en la Secretaría de Educación Pública
(SEP).
Otro gran problema es la falta de inversión pública en la
infraestructura escolar y en los mismos docentes. México cuenta con más que
suficientes recursos para contar con escuelas públicas en excelentes
condiciones para todos los niños de la República. La SEP también debería
garantizar salones con un máximo de 20 alumnos por clase, así como ofrecer una
intensiva batería de cursos de capacitación y apoyo docente a los profesores
del país.
En lugar de contratar a cada vez más soldados, helicópteros
y armamento, el gobierno mexicano tendría que canalizar un porcentaje fijo, y
en aumento cada año, del producto interno bruto al sistema educativo nacional.
Para garantizar el flujo de recursos también se podría etiquetar por ley un
porcentaje anual de los impuestos sobre la minería y de los ingresos petroleros
específicamente para apoyar económicamente a los profesores, así como para
mantener en perfecto estado las instalaciones educativas.
Los maestros no son los responsables de la crisis educativa
nacional, sino sus víctimas. Los profesores no son los adversarios de quienes
soñamos con un país más culto, consciente y participativo, sino nuestros
mejores aliados.
Pero en lugar de apoyar y trabajar con los maestros, el
gobierno despótico actual prefiere despedirlos o reprimirlos. El desalojo, el
secuestro y la deportación de la Ciudad de México de los maestros en pie de
lucha este sábado en la madrugada desde la Plaza de Santo Domingo, en el
corazón de la capital, fue un acto propio de los peores regímenes
dictatoriales. Las fuerzas del “orden” no solamente “encapsularon” a los
maestros sino que también los expulsaron por la fuerza de la ciudad, en franca
violación a sus derechos constitucionales a la libertad de tránsito, de
reunión, de protesta y de expresión.
Con esta acción, el jefe de Gobierno capitalino, Miguel
Ángel Mancera, una vez más, evidencia su total y absoluta traición a cualquier
principio “progresista” o de izquierda. La Ciudad de México tendría que ser un
espacio de refugio y protección para los maestros, los periodistas y los
luchadores sociales perseguidos en todo el país. En lugar de enviar a los
profesores literalmente al matadero en sus lugares de origen, en Chiapas,
Oaxaca, Guerrero y Michoacán, la capital tendría que abrazar y apoyar su lucha
por una patria nueva, más democrática y justa.
Ya basta de faltarle el respeto al magisterio nacional.
Frente a la total cerrazón de las fuerzas armadas a la transparencia y la
rendición de cuentas, evidenciada recientemente en los casos de Ayotzinapa y
Tlatlaya, así como el vergonzoso entreguismo de los altos mandos militares a
los órdenes de Washington, habría que reconsiderar la lección y la esperanza
contenida en la tercera estrofa de nuestro Himno Nacional.
Hoy quien nos defiende con particular valentía del “extraño
enemigo” que busca “profanar con su planta” el territorio nacional no son los
soldados, sino los maestros. En un contexto de progresiva militarización de la
vida pública y de represión cada vez más retrógrada desde la ignorancia del
poder, la fuerza de la cultura y de la educación constituye nuestra salvación.
Agradezcamos al unísono a nuestra “¡Patria querida!” porque “un maestro en cada
hijo te dio”.
Twitter: @JohnMAckerman
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