La Ley
Sara Lovera |
Sara Lovera |
domingo 7 de agosto de 2016
SemMéxico, 4
agosto.- En estos días el debate es la cultura del incumplimiento del marco
jurídico, como sinónimo de sociedad y gobierno mexicanos. Si el poder no cumple
la ley, yo tampoco, parece un eco nacional y justificativo en el mar de
confusiones y desazón.
Pensar que nada nos obliga a pagar impuestos, a no pasarnos
los altos, a olvidarnos de un pequeño hurto, a no declarar compras sin
facturas, a escondernos antes de denunciar al vecino que escuchamos maltratar a
su compañera; que es natural la cadena de tráfico de influencias y justificar a
quienes cobran poco y entonces no trabajan.
Esta ruta sería como dar al traste con momentos
civilizatorios y de avance, que por supuesto México ha tenido. No ha sido un
chiste ni es para despreciar que hayan sucedido las reformas a la Constitución
en 2011, sobre los derechos humanos. No dar importancia a la ley es un camino a
la prehistoria, dijo la presidenta del Partido de la Revolución Democrática
(PRD), Alejandra Barrales, a propósito de los amagos empresariales, que en
otros tiempos se llamaron resistencia civil.
Hoy todo está crispado. La flexibilidad legal, la falta de
costumbre en cumplir con leyes y reglamentos, la inexistencia de una vida
democrática donde cada quien promueve y respeta al otro o la otra, ya nos está
produciendo un enorme sentimiento de orfandad y desesperación.
Los empresarios presionan y dicen que se pueden perder 50
mil millones de pesos de inversión en los estados más pobres del sur del país,
porque integrantes de la CNTE siguen bloqueando carreteras, obstaculizando el
camino de los ferrocarriles en Michoacán o casetas en Guerrero; están pidiendo
la fuerza pública o sea la represión. La cárcel, la aplicación de la ley, ahí
donde prohibir el libre tránsito es una de las peores formas de afectar la
libertad humana. Quieren, los voceros del capital en México que el gobierno “se
ponga los pantalones”, como la mejor imagen del autoritarismo y el patriarcado.
Al mismo tiempo, también, desde el otro lado, lo que priva
es el pensamiento patriarcal. He visto con sorpresa en las redes sociales
manifestaciones desesperadas sobre la violencia contra las mujeres. Se proponen
medidas represivas, se pide asesinar a los asesinos, o sea, la misma fórmula
patriarcal o se da toda la responsabilidad al patriarca, al dios todo poderoso,
al jefe de todas las fuerzas, al Estado como figura visible y responsable,
todas las demás personas no lo somos, parecen decir, y quieren venganza. Que
destituyan al tirano. Luego sigue una bomba. Me horroriza ese nivel de reacción.
Sí, estamos en un momento crítico. Sin herramientas.
Cualquiera diría, como se afirmaba allá en los años 60, que hay condiciones
para la revolución: ingobernabilidad, millones levantados con demandas por
salario, espacio, derechos, seguridad y vida; millones marginados y marginadas;
vivimos una semana anterior las cifras más altas en este sexenio de
asesinatos de hombres y mujeres; violación a los derechos en todos los
espacios, desde la ventanilla de pagos hasta la morgue.
Todo es cierto. Personal médico se niega a interrumpir un
embarazo permitido; las mujeres no obtienen apoyo en hospitales para
anticoncepción de emergencia; no existen datos mandatados hace ocho años por la
ley sobre el registro de feminicidios, ni en el Estado de México ni en ninguna
otra parte. Los datos los tiene, aparentemente y nada más, el Observatorio
Nacional del Feminicidio o la sociedad civil, según lugar, estado o pueblo de
que se trate. Millones de mujeres tienen empleo precario. Y es verdad que no
cesan ni el hostigamiento ni el acoso callejero ni las violaciones
sexuales, todos delitos prohibidos por la ley. Pero seguimos pensando que eso
lo arregle el presidente municipal o el presidente de la República; juzgamos
duramente a quienes tienen un puesto, porque, entre otras cosas, no nos lo
dieron a nosotras.
Escuche decir, a la autoridad, a Lorena Cruz Sánchez,
Presidenta del INMUJERES, en una reciente reunión en Hidalgo, que el 90 por
ciento de los ejecutores de feminicidio están impunes. O sea, ni por donde
mirar. ¿Será? Y me di cuenta que las voceras de la sociedad civil se han dado
golpes de pecho toda la semana por la niña indígena violada en Sonora, que bien
dijo la directora de GIRE, es un caso más, pero ahora se supo, se difundió. La
visión patriarcal también se conmueve y exagera la victimización. Parecen decir
indígena igual a pobre e ignorante. Un tipo de discriminación, como los textos
llorones o las patronas que regalan ropa usada a sus trabajadoras del hogar.
Me pregunto si este discurso de no hay ninguna garantía
humana en México, le sirve a alguien. Me pregunto si hay conciencia de esta
situación o si es sólo entre las cúpulas y los medios que viven de la denuncia;
no sé. Hay una sensación contradictoria que me acosa.
¿Qué podemos hacer? No tengo respuesta. Diría
cristianamente, hay que dejar de echar leña al fuego y tratar de implantar en
todos los espacios el diálogo y el razonamiento. ¿No será posible que las y los
maestros razonen y piensen en los niños y las niñas? ¿Cómo explicar con palitos
y bolitas que hay una mayúscula dificultad internacional? ¿Cómo ver el problema
de la violencia contra las mujeres como corresponsabilidad social, de los
medios y las autoridades? ¿Quién levanta la mano para transformar su propio
discurso? ¿Cuándo podemos terminar con los sentimientos de envidia,
competencia, irracionalidad? En qué esquina podríamos producir millones de
toneladas de confianza humana para actuar.
Hay mañanas que no soporto el noticiero; ni quiero la cuenta
del feminicidio que me mandan las Católicas por el Derecho a Decidir; ni quiero
abrir el facebook con la historia de fotografías montadas de hombres gordos de
50 años con niñas de 12 en matrimonio; quisiera que esa realidad no existiera,
porque no me deja vivir en paz. No me gusta que debemos echarle la culpa
siempre a un o una tercera. ¿Dónde está el comienzo para caminar en sentido
contrario y recuperarnos? Por qué encubrimos la ilegalidad, por qué no somos
capaces de reconocer que nadie tiene derecho a invadir el derecho de otras y
otros, a menos que realmente hubiera condiciones para una guerra civil y la
correlación de fuerzas nos favoreciera, sin una sola bala podríamos hacer
renunciar a las y los tiranos.
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