“Se necesita transformar a la sociedad, el cambio del pensamiento humano que destierre la idea del hombre como centro de las cosas y el único con el poder sobre las demás personas, es decir, las mujeres. (…).”
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Soledad Jarquín Edgar | martes 13 de septiembre de 2016
SemMéxico, 12 septiembre. ¡En política ya estamos del otro lado!
Cierto, en los dos últimos años, en política las mujeres hemos avanzado el trecho más importante a lo largo de la historia que en hechos concretos y desde la legalidad se empezó a construir hace casi 63 años. Se trata escasamente de tres generaciones de mujeres con la libertad de votar, ser votadas y desempeñar cargos públicos: abuelas, hijas y nietas, cuyas edades oscilan entre los 85 y los 18 años de edad.
Los primeros 61 años, desde que se reformó el artículo 34 de la Constitución Mexicana en 1953, representan el trecho más tremendo sin duda alguna. Se trató de un avance lento, pausado, casi insoportable para las mujeres que, a codazos, se abrieron paso en un mundo considerado solo para los hombres, pero que forzó un cambio paulatino década por década.
Entonces las mujeres solo tenían como herramienta el Artículo 34 de la Constitución mexicana y con ella, podían o no, conseguir lo más importante: “la voluntad” de los hombres para ser candidatas y a veces ganar.
Y por si fuera poco, durante todas estas décadas posteriores, las candidatas todavía siguen luchando para demostrar que la cosa pública también es tarea de mujeres y siguen, como si escalaran una empinada montaña, trabajando para convencer al electorado de qué están hechas y, que al igual que los hombres, pueden desempeñar la tan difícil labor.
La paridad, sin duda, es la reforma electoral más transformadora hacia la igualdad, así lo muestran los resultados de los procesos comiciales de 2015 y 2016. Los resultados son el salto más importante en la historia de las mujeres, al menos en el número de candidatas que en algunos estados por primera vez, incluso, superaron a los candidatos.
Pero el fondo sigue sin moverse, ahí está una espesa masa de personas que no cambian y no quieren cambiar, son fuerzas reaccionarias al avance de las mujeres. No se trata de cualquiera, muchas veces son los mismos políticos, los dirigentes de partidos y los tomadores de decisiones que a casi dos décadas del siglo XXI siguen pensando como si vivieran en el medioevo y creen firmemente que las mujeres son las reinas del hogar y como tales sólo ese espacio deben gobernar.
Por eso y por todos los obstáculos ya identificados y clasificados como si fueran piezas del pensamiento arcaico, es claro por qué las mujeres todavía no están en el poder, en el poder real, como gobernadoras o como presidentas de la república y también, por supuesto, como presidentas municipales.
Lo cierto es que hasta antes de la paridad, los 61 años anteriores muchas mujeres enterraron sus sueños y aspiraciones. Y otras enterraron sus vidas.
Fueron hasta antes de las cuotas de género, es decir, por 25 o 30 años las eternas suplentes de los candidatos y solo una minoría de ellas logró escalar a cargos de elección popular como propietarias, sus nombres ya son parte de la historia.
Por eso la importancia de la paridad promulgada en enero de 2014, pero como en todo lo que tiene que ver con la desigualdad, la exclusión y la discriminación en contra de las mujeres nada se logra por decreto.
Se necesita transformar a la sociedad, el cambio del pensamiento humano que destierre la idea del hombre como centro de las cosas y el único con el poder sobre las demás personas, es decir, las mujeres. Esa es la tarea más importante y la más difícil, porque esas ideas se engendran como virus y transmiten en la escuela, las iglesias, los medios tradicionales y las nuevas tecnologías, las familias, las costumbres y las tradiciones y todo lo que establece y determina –como patriarca autoritario- que “así deben ser y no deben cambiar”. Y que provocan en el imaginario colectivo la idea de que todo está hecho y es inamovible.
Se requiere algo más que leyes. Y ese algo más es una acción que en muchos lados todavía no empieza y en otros está inacabada. Está, como decía Lucha mi abuela, entre azul y buenas noches.
Este viernes Adriana Favela Herrera, consejera del INE, se refirió en una conferencia a los muchos obstáculos que enfrentan las mujeres y mencionó los casos de violencia política de género contra candidatas, de cómo las amenazan hasta de muerte, lo que dijo es vergonzoso y corresponde a lo que pasaran las pioneras en Yucatán, refiriéndose a mujeres como Elvia Carrillo en 1922.
Sin duda tiene razón, son vergonzosos los casos de violencia registrados en Chiapas, en Oaxaca, en Puebla, en Hidalgo y en todos lados. Una candidata sufrió una violación sexual en 2015. Recordemos que la violencia sexual, es un ejercicio de poder sobre el cuerpo de las mujeres, es una forma de tortura contra las mujeres, utilizada incluso como arma de guerra.
Favela Herrera señaló otros casos como los de Rosa Pérez en Chenalhó y de Gloria Sánchez en Oxchuc, ambas obligadas a separarse de sus cargos bajo agresiones y amenazas y aun cuando existen sentencias de la Corte para que sean reinstaladas, eso todavía no pasa.
Pero si se piensa que eso pasa solo a las mujeres en las comunidades indígenas, queda claro que no, los ejemplos son los de las candidatas a la gubernatura en Puebla durante el pasado proceso. Y en el ámbito del servicio público mencionó el caso de una magistrada del Tribunal Electoral de San Luis Potosí quien sufrió acoso laboral.
En Oaxaca, tiro por viaje pasa lo mismo, tanto en las comunidades indígenas como en las no indígenas. Ahí está el caso de las regidoras y las síndicas, invisible, silenciado, oculto, salvo sus excepciones.
Hay casos donde a ellas se les obliga a firmar documentos que no conocen, a autorizar recursos que no se destinan a las obras sino que van a otros bolsillos y cuando ellas protestan la respuesta es presionarlas para que renuncien, se les exhibe hasta por asuntos personales.
Sin duda como me comentaba una síndica “muchas veces creen que pueden utilizarnos, creen que podemos pasarles todas las irregularidades que cometen y cuando exigimos nos muestran los dientes. ¿Tenemos poder de decisión? Nunca, solo cuando les conviene o estamos de acuerdo con ellos, pero pretenden utilizarnos siempre. No han aprendido a compartir el poder y menos con las mujeres”.
Esta es sin duda una forma de violencia política de género que subyace oculta tras las estadísticas que nos revelan que las mujeres avanzan, pero siguen enfrentándose –casi siempre solas- al pensamiento patriarcal que ve a las mujeres, aun cuando sean autoridades, como menores de edad, incapaces de tomar decisiones y cuando ellas dicen no, las destituyen como ocurrió con la agenta de San Felipe Zihualtepec, que como en el caso de Oxchuc y de Chenalhó llegó hasta la Corte. Las tres esperan ser restituidas.
@jarquinedgar
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