Isidro Baldenegro, imprescindible luchador
social,
descanse en paz, justicia ya
Domingo 22 de enero de
2017
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca constituye una
excelente oportunidad para que los mexicanos recordemos y defendamos la
grandeza de la historia, la cultura, la naturaleza y la economía de nuestro
país. No se trata, desde luego, de emular el nativismo patriotero del bárbaro
ignorante que ahora comanda el gobierno del país vecino, sino todo lo
contrario. Habría que rescatar las mejores tradiciones de luchas republicanas,
sincretismo cosmopolita e internacionalismo libertario que siempre han estado
presentes a lo largo de la historia de México.
Estados Unidos es un país construido a partir de la muerte y
la rapiña. Aquel país nació con el genocidio de los pueblos indígenas, creció a
partir de la sangre de los esclavos secuestrados de la costa de África y
consolidó su predominio mundial en función de sus constantes intervenciones
extranjeras, sobre todo en América Latina. La “libertad” de la que se goza en
Estados Unidos es estrictamente empresarial y capitalista. Al norte del Río
Bravo, el valor humano se mide en dólares y el éxito profesional depende de
eliminar y humillar al adversario.
Tres libros de lectura esencial para entender como se ha
forjado la actual Estado-nación estadounidense son: A People´s History
of the United States, de Howard Zinn,War and Revolution, de Domenico
Losurdo y Fear Itself, de Ira Katznelson. Estas tres obras, a la
vez históricas y filosóficas, transparentan los cimientos podridos de un país
cuya enorme riqueza y poderío militar están construidos encima de una trágica
bancarrota moral, racista e intolerante.
Hay, sin duda, muchos estadounidenses dignos y ha habido
grandes luchas sociales en aquel país. Sin embargo, las actuales estructuras de
poder dominante y coordenadas del debate público suelen sofocar al pensamiento
crítico y matar las utopías transformadoras.
La elección de Trump, entonces, no fue una mera
coincidencia, sino el resultado de procesos históricos y culturales
profundamente arraigados. Solamente una radical revolución de conciencias,
desde la raíz y a lo largo de muchos años podría voltear la tortilla al norte
de la frontera.
En México, en contraste, esta misma transformación necesaria
se encuentra más al alcance de la mano. México cuenta con una enorme reserva
moral construida a lo largo de cientos de años de luchas y de conquistas
populares. Nuestra primera fortaleza son los pueblos indígenas que han
resistido con enorme valentía los embates del poder y hoy se encuentran en una
posición mucho más fuerte y presente que sus hermanos y hermanas en los Estados
Unidos. Una segunda fortaleza clave es nuestra Constitución Política, un
documento profundamente social redactado a partir de una de las grandes
revoluciones mundiales del siglo XX y que cumplirá 100 años el próximo 5 de
febrero.
Una rápida comparación entre los grandes líderes políticos
en la historia de México y los Estados Unidos es esclarecedora. George
Washington era un terrateniente dueño de cientos de esclavos. José María
Morelos, en contraste, era un afrodescendiente que abolió la esclavitud desde
el primer momento.
Abraham Lincoln se enfrentó a los terratenientes del sur
durante la Guerra Civil, pero siempre desde una posición de fuerza y comodidad,
ya que contaba con el fuerte respaldo de los intereses financieros más
retrógrados del norte. Benito Juárez, en cambio, tuvo que vivir años a salto de
mata protegido solamente por su pueblo, hasta su improbable pero glorioso
triunfo en contra de los franceses.
Franklin Roosevelt transigió y pactó tanto con los
terratenientes esclavistas del sur como con los grandes industriales del norte
para impulsar sus reformas del New Deal. En contraste, el general
Lázaro Cárdenas jamás cayó en la lógica pactista sino que se alió abiertamente
con los campesinos, los obreros y los indígenas para combatir frontalmente a
los oligarcas y hacendados en todo el país.
Y Emiliano Zapata o Pancho Villa simplemente no tienen
parangón en los Estados Unidos. No es gratuito que hayan generado tanta
atención de grandes historiadores estadounidenses como John Womack y Enrique
Katz, quienes en sus respectivas biografías magistrales reconocen el carácter
absolutamente sui generis de estos grandes líderes mexicanos.
La diferencia esencial entre los líderes del norte y los del
sur del Río Bravo es que en México el liderazgo auténtico siempre se construye
desde abajo, con la gente y a favor de una transformación social profunda. En
los Estados Unidos el elitismo es la norma y el pueblo es normalmente
considerado un estorbo. Tenemos que rechazar de manera contundente la idea
malinchista y neocolonial promovida por intelectuales seguidores de la escuela
de Octavio Paz de que los líderes mexicanos serían “caudillos” atrasados e
incultos mientras los líderes del norte serían de alguna manera más “modernos”,
“liberales” o visionarios.
México evidentemente también ha tenido periodos muy oscuros
en su historia. El momento actual en que una pequeña mafia se ha dedicado a
robar a manos llenas, reprimir al pueblo y vender el país es un claro ejemplo.
Enrique Peña Nieto inició su gestión con la aspiración de ser tan temido como
Porfirio Díaz, pero ha resultado más repudiado y vilipendiado que Victoriano
Huerta.
Por fortuna, cada vez que se agudizan demasiado las
contradicciones sociales, el pueblo mexicano ha tenido la inteligencia y la
valentía de levantarse para imponer una nueva dirección a la historia. Ocurrió
a principios del siglo XIX con la Independencia, de nuevo a mediados del siglo
XlX con la Reforma, y una vez más al inicio del siglo XX con la Revolución.
Hoy, a principios del siglo XXI, el pueblo una vez más se encuentra en medio de
un levantamiento generalizado a favor de la renovación de la República.
Contrapongamos la sofisticación y el sincretismo profundo
del sur a los simplismos y las intolerancias de los bárbaros del norte. Cada
crisis implica una oportunidad. Ahora es un gran momento para volver a
valorarnos y a defender la nación.
Twitter: @JohnMAckerman
Publicado en Revista Proceso, No. 2099
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