Red-Accion | Ciudad de México, martes 26 de junio de 2018
En uno de sus bellos poemas amorosos Jaime Sabines dijo algo
que, hoy, cuando comienzo a escribir estas líneas para explicarme y explicar la
sucesión que viene, me repito: “Yo no lo sé de cierto. Lo supongo”.
Supongo, pues, que todo comenzó en 1993 cuando Carlos
Salinas de Gortari rompió las reglas no escritas del sistema político mexicano,
dictadas en 1929 por Plutarco Elías Calles, las cuales le dieron estabilidad al
país por más de 50 años. Pero en vez de continuar la tradición de alternarse el
poder entre los grupos dentro del PRI, como no pudo cambiar la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos para reelegirse como presidente,
Salinas buscó la reelección al finalizar la presidencia de su incondicional
Luis Donaldo Colosio.
Supongo también que los grupos dentro del propio PRI tampoco
lo permitieron y dos ocasiones le desecharon la posibilidad en 1991 y 1992.
Había que continuar la tradición para que no se volviera a desatar el “México
bronco”. El poder debía continuar dentro del mismo grupo, pero en diferentes
manos, dándoles a todos la oportunidad de servirse con la cuchara grande.
Así fue, supongo, la concertación entre los jefes de los
grupos. Debían continuar con el esquema tradicional de repartición del poder y
las riquezas del país y se hicieron las adecuaciones necesarias, incluso dentro
de la Constitución, para caminar en ese sentido, con un ingrediente más:
cumplir con los mandatos de la Comunidad Económica Europea, que exigía a México
la cláusula de gobernabilidad o bono democrático para entablar relaciones
comerciales a través de un Tratado de Libre Comercio.
Así pues, supongo, lo hicieron los grupos encabezados en ese
momento por Carlos Hank González, Luis Echeverría Álvarez y sus apéndices fuera
del PRI, además de Diego Fernández de Cevallos en el PAN que se había hecho
indispensable y una fuerza política. Crearon la obra maestra del sistema
político mexicano para hacernos creer a todos los mexicanos que, finalmente,
por fin se derrocó la bien llamada por Mario Vargas Llosa, “dictadura perfecta”
para dar paso a un verdadero régimen democrático.
Había que tener las tres opciones políticas para vernos como
una verdadera democracia en la obra “La alternancia mexicana”, supongo, para
seguir siendo el mejor ejemplo de gobernabilidad en el continente, del Río
Bravo para abajo. Derecha, izquierda y centro bien representados en sus
distintos lapsos de gobierno.
Supongo también que habría de tener personajes bien
identificados para cada una de las distintas opciones e ir manejando el proceso
con sumo cuidado y redireccionándolo. Así, el primer paso habría sido la
llegada de Vicente Fox a la gubernatura de Guanajuato, donde desde el mismo día
en que tomó posesión, el guanajuatense utilizó como plataforma de campaña.
“Ahora vamos por la presidencia”, dijo en su discurso de llegada.
Habría que tener a un personaje de la izquierda radical para
representar muy bien al sector descontento de la sociedad y por ese motivo
“alguien”, desde dentro mismo del PRI o el gobierno, entregó a Andrés Manuel López
Obrador las cajas con las facturas originales de los gastos de campaña de
Roberto Madrazo, para que emergiera a partir de allí el tercer candidato,
supongo. Ahhhh, había que abrirle las puertas, también, para llegar a la
Jefatura de Gobierno del Distrito Federal sin haber cumplido con el requisito
de la residencia.
Y a ambos, supongo, habría que allanarles el camino con
candidatos grises, e incluso, jugar en su contra, como Zedillo lo hizo con
Francisco Labastida Ochoa en 2000, con el discurso de la “sana distancia”.
Y a los indicados para llegar a la Presidencia de la
República había que posicionarlos en la mente de la gente a través de los
medios, por lo que Ernesto Zedillo tenía continuos enfrentamientos mediáticos
con Fox, mientras éste y su gobierno, supongo, hicieron víctima mediática a
López Obrador con el asunto del desafuero por la expropiación del predio El
Encino.
Supongo que todo iba bien. Mas no esperaban que el “hijo
desobediente” se impusiera en las internas del PAN e hiciera alianzas con
gobernadores priistas y Elba Esther Gordillo. Así, la transición controlada
sufrió un duro golpe y tendrían que unirse y recuperar el poder. Todos y con
todo contra Felipe Calderón, a quien le desestabilizaron el país aún antes de
que tomara posesión al soltar las amarras del narcotráfico, además de la baja
de tres secretarios de Estado y una gran campaña nacional, hasta que finalmente
dobló las manos y entregó el poder con una candidata como Josefina Vázquez
Mota. Entonces Calderón entendió que con la “familia revolucionaria” no se
juega.
Como también lo entendió la maestra Gordillo, supongo, quien
quiso jugar al gran elector, pero no pudo conseguir la alianza en el Estado de
México, desde donde se preveía la derrota del ya desde entonces ungido
candidato del PRI por el grupo Atlacomulco. Con la derrota del PRI en el Estado
de México por la alianza, Enrique Peña Nieto no hubiera sido el hoy ocupante de
Los Pinos, sino Marcelo Ebrard.
Varios sucesos ocupan la atención hoy. Ricardo Anaya, poco
conocido, fue posicionado a partir de una investigación por presunto lavado de
dinero aún no comprobada, para posicionarlo a nivel nacional. Andrés Manuel
López Obrador ha dicho que si hay un nuevo fraude les dejará el tigre y se
retirará.
No lo sé de cierto. Lo supongo. Que el acuerdo de 1994 va
más allá de nuestros alcances y es la ratificación del de 1929 cuando el
nacimiento del PRI, pero controlado con aliados fuera del PRI. Que los grandes
acuerdos de la familia revolucionaria “se respetan”. Entonces, que esta
elección la ganará Ricardo Anaya. Y que Andrés Manuel López Obrador o quien
designe el grupo comandado aún por Luis Echeverría —a través también de
Cuauhtémoc Cárdenas—, deberá esperar su turno en 2024. El domingo lo sabremos,
supongo.
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