* Por un momento, pensé en sentarme en la misma mesa que mi
cuñado Jorge, pero no. Yoli, su esposa, es tan corriente, que da toques…
Red-Accion | viernes 22
de marzo de 2019
Los 15 años de mi sobrina La Güera. Qué bárbaro. Cómo se
pasa el tiempo. Me voy a un lugar común, pero es cierto: parece que fue ayer
cuando, envuelta en su ropón, la
llevamos a la iglesia y el padre Saúl le echó agua bendita en la pelona, ya
que, en aquel entonces, aún no tenía sus rizos color de trigo, ni esas pestañas
azules y, mucho menos, ese tatuaje en el cuello.
Antes de que
empezara la fiesta, me fui a dar una vuelta por el salón. Muchas mesas con diez
sillas forradas cada una, un arreglo
floral y una vela adornada al centro, vasos de vidrio, platos de loza,
servilletas de tela; todo el estilo de mi cuñada Teo, a la que no se le
escapaba una pero, de pronto, me asaltó
un temor: Si había llegado solo, ¿con quién me iba a sentar?
No me iba a
sentar con mi hermano Julián; no por él, creo que es el más ameno de mis
hermanos, pero Flor, su vieja, es insoportable: detesta a los homosexuales y se
pasa el tiempo hablando horrores de ellos: “que ya están en el gobierno, que
despachan gasolina, que atienden los Mc Donalds y los OXXOS”, y es por eso que,
no deja que mi hermano vaya solo a cargar gasolina; menos, a partir de que se
hicieron las filas por el desabasto. Ahora resulta, según ella, que los Gays,
son los culpables de las enfermedades, del desorden, de la desigualdad, la
falta de combustible, el narcotráfico y la infidelidad. Pinche vieja.
Tampoco me iba a
sentar con mi hermano Mario. Siempre está chingando con que “por qué no dejas
de fumar, por qué no te cortas el pelo, cómprate otro coche, sólo a ti se te
ocurre seguirle yendo al Cruz Azul, deja de usar ese perfume, pareces vieja; el
estado ideal del hombre es el matrimonio,
si no fueras tan mal hablado, ya te hubieras conseguido otra esposa”. Y
su mujer era peor. Una semana en España, y ya arrastraba las “eses”, defendía
las corridas de toros y le iba al Real Madrid.
Por un momento,
pensé en sentarme en la misma mesa que mi cuñado Jorge, pero no. Yoli, su
esposa, es tan corriente, que da toques, tiene una vocecita horrible, siempre
está mascando chicle, habla hasta por
los codos y lleva una vida muy superficial. Se la pasa hablando
de los fitnes y los pilates, los Spa, el Gym. Se gasta el presupuesto familiar
en comprar todas esas porquerías que anuncian en la televisión: el Cell Master,
el Dream Tents, el Cerafil-Fusión o Nicer Dicer, y no sé cuántas otras
chingadera. Si te apendejas tantito, te embarca con unas almohadas Sogñare, que
no le gustaron o unos zapatos de Price Shoes, que no le quedaron.
Mi compadre Ciro.
Tan viejo y traqueteado, ya se le iba la onda. Estaba en los inicios del
Alzheimer y resultaba muy difícil y agotador estar a su lado. Repetía, una y
otra vez, pasajes de su vida, de hace 50 o 60 años. Escucharlo una vez, estaba
bien, pero lo volvía a contar; si nadie le decía nada, se seguía platicando de
lo mismo. Todos le rehuían, y mi comadre Perla, buscaba la manera de dejarlo a
mi lado, para no tener que cuidarlo. No era mala onda, pero uno no está
preparado para tolerar y entender a una persona con ese problema.
Cuando llegaron
mi sobrina Luisa y Óscar, su marido, sentí un gran alivio. Aunque nunca
habíamos convivido en las fiestas y reuniones, ambos eran universitarios,
profesionistas, y tendríamos la oportunidad de conversar y conocernos. Siempre
es grato, encontrar gente preparada y no
estar hablando de puro futbol. Sin
embargo, en el primer intento, apenas en el saludo, cuando me preguntó por mi
hijo, me quedó bien claro que Óscar era más pendejo que cualquiera de mis
hermanos.
-¿Ya llegó Gero? -me preguntó.
-No -le dije-, viene en camino.
-Oiga -me dijo-, ¿y por qué Gero se dejó el bigote? Qué
onda, ¿no?
-¿El bigote? -pregunté.
-Sí -me respondió, con una seguridad, que hasta me hizo
dudar. Nos enseñaron unas fotos en las que está con bigote.
-¿Seguro? -pregunté-, porque Gero tiene barba, desde hace muchos años…
Nomás se me quedó
mirando, con su cara de pendejo y no supo qué decir, al igual que Luisa, quien
puso la misma cara y me miró como ofendida. Comprendí que, con ellos, no me iba
a sentar y, para colmo de males, Gero, mi hijo, todavía tardaría algunas horas
en llegar. Estaba frito.
Cuando llegó mi
hermana Renata, entré en pánico. Aunque nunca había participado, ni realizado
ninguna acción de Partido, se asumía comunista y se había pasado los últimos años denostando a
López Obrador, a través del face book:
“que era un tirano, un intolerante, un dictador, un déspota; que, si
llegaba a la Presidencia, acabaría con el país, aumentaría la corrupción,
cancelaría el aeropuerto de Texcoco y se perderían millones de pesos y miles de
empleos, que se devaluaría el peso y se caerían los mercados”. Todo lo que
escuchaba en la televisión y repetía, sin ton ni son.
-¿Ya ves? -me dijo. Te lo dije. No hay gasolina, las
estaciones están llenas de gente, y hay filas de varias cuadras.
Al presidente
López Obrador, se le había ocurrido ponerse a combatir a los “huachicoleros” y
frenar el robo de combustibles, justo el día que mi sobrina cumplía sus 15
años; por lo menos, se hubiera esperado un día, para no tener que escuchar los
reproches de mi hermana Renata y de los demás invitados a la fiesta. No me la
iba a acabar.
Para colmo de
males, la fiesta estaba por empezar y, aunque me daban ganas de largarme, le
había prometido a la Güera, que bailaríamos toda la noche, en especial esa de
“a mí volvió loco tu forma de ser”. Así que, hice de tripas de corazón, y me
aguanté las ganas de tomarme un trago, pues tenía que estar en mis cinco
sentidos.
En eso estaba,
cuando llegó Blanca, una amiga de la familia, acompañada de Héctor, su marido,
otro desconocido, de quién no sabía ni a qué equipo le iba, ni qué religión profesaba;
a la mejor era comunista.
No obstante, los
saludé con mucha amabilidad y, a Héctor, le invité una cerveza.
-¿Quieres una cerveza? -le pregunté.
-Lo mismo que tú -me dijo.
-No -respondí. Es que yo ya no tomo.
-Caray -exclamó-, ¿hasta eso logró ese señor?
-¿Cuál señor? -preguntó Renata.
-López Obrador -respondió Héctor, con claro énfasis.
-¿Qué logró? -preguntó mi hermana.
-Pues casi nada -respondió Héctor-, pararle los tacos a los que se roban los combustibles, y que Jaime dejara de tomar.
No fue necesario
que dijera más. Esbocé una leve sonrisa y me envolvió una gran seguridad,
respiré aliviado y me dije a mí mismo: ¡con este cabrón me siento!
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