Los periodistas Miguel Ángel Granados Chapa, Rogelio Hernández López, Virgilio Caballero y Javier Solórzano, el 30 de mayo de 1984. AUTOR. |
Miradas de reportero
El dilema del periodista
que formaron los comunistas
Por Rogelio Hernández
López*
Lunes 18 de noviembre
de 2019
A ese periodista le asaltan recurrentemente imágenes de cómo
fue topándose con comunistas. Sus recuerdos se reanimaron cuando le pidieron
relatar cómo ingresó al PCM en la víspera de los cien años de su fundación el
24 de noviembre. Y siempre le aparece la misma conclusión: agradecerles, porque
lo salvaron de mucho.
Al final de cada reminiscencia, el reportero se descubre
sonriendo porque toda esa gente le fue cambiando su concepción de la vida,
obtención de libertad y sorber de su ética solidaria y de servicio a otros sin
esperar recompensas.
Evoca que, a los 28 años (1978), ingresó al Partido (así, en
singular y con mayúscula las y los comunistas se referían al PCM). A esa edad
ya estaba bastante corridito como para saber que se unía voluntariamente para
cooperar que México fuese más justo con la mayoría de su gente.
No recuerda si le dieron Carnet en la Célula de periodistas
Froylán C. Manjarrez, donde lo adscribieron desde el Comité Central, pero si se
congratula por haber conocido en ella a Jorge Meléndez Preciado, Antonio Caram,
Humberto Musacchio, Fausto Idueta, Teresa Gil, Agustín Granados Granados y
otros que fueron la bujía de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD). Visto
en lontananza tal célula y la UPD le significaron un formidable salto de
calidad identitaria que rompió con los ciclos de El Zurdo, El Ronco y El Rojo.
Ubica que mucho antes de 1978 conoció a otras personas que
identifica como comunistas, aunque no estuvieran afiliados al Partido.
El profe de la vecindad
A los 12 años El Zurdo era visitante asiduo a una vivienda
de vecindad en la colonia Romero Rubio. Allí vivían el profe Ortiz, sus dos
gatos y un enorme muro de diarios Excelsior; llegaba a que le explicara
noticias políticas, de sus militancias con Lombardo en el PP; le refunfuñaba,
pero en el fondo le daba gusto que casi le ordenara “estudiar mucho para poder
cambiar el mundo con inteligencia y no a chingadazos”. Ambos repetían que, así
como estaba México era para encabronarse.
Es que en casi toda su infancia El Zurdo había acumulado
irritación por ser parte de familia migrante por pobreza extrema, por crecer
como el nieto mayor y testigo impotente de los padeceres de las seis mujeres de
la casa de la abuela Toña. Ellas carecían de posibilidades de estudiar, tenían
empleos de ingresos magros, violentadas por sus machos y tres abandonadas una y
otra vez. Con su madre, la Güina, desde los 6 años tuvo que buscar formas para
allegarle dinero vendiendo paletas de hielo, chicles, boleando zapatos, de
“media cuchara” en la albañilería, de voceador... También expresaba
contrariedad porque hizo la primaria en tres escuelas, expulsado por responder
con violencia a las burlas de “mugrosito y zurdo”; igual le quebrantó que al buscar
consuelo en la iglesia católica tuviera que “madrear” al sacerdote que golpeaba
feligreses. A los 12 años El Zurdo ya era un resentido social. Quizá por eso
buscaba al Profe.
Escapó de las pandillas
En la adolescencia, su apodo cambió a El Ronco y se hizo más
discordante: se le acumularon hermanos de tres padres fugados; trabajar le
impidió hacer la secundaria; hasta los 23 años fue obrero en fábricas de
dulces, de candiles, de ropa interior de mujer, de camisas; se arrimó a jóvenes
mayores agrupados casi todos en pandillas del Barrio Chino, los Chicos Malos de
la Romero Rubio, Los Italos de la Primero de mayo en las que sus líderes más
desalmados hacían pagar tributo a los novatos, algunos eran elegidos para
robar, transeúntes, casas, comercios, vehículos y a los que se resistían tenían
que aventarse tiros-derechos (“solo patín y trompón”) para demostrar que eran
“machitos”. De esos “trompos” tuvo que echarse más de cincuenta y otros tantos,
no tan “derechos”, en las escaramuzas colectivas; él ganó ninguno y sí perdió
la ubicación original de orejas, labios, nariz, de algunos huesos, y más de la
mitad de la dentadura. Ganó algo de tolerancia, “por entrón”. Pero, el Ronco no
quería esa identidad. Y entre los 22 años y 24 años topó con dos mujeres que
supuso eran comunistas.
Toñita la mesera y Electra la costurera
Toñita, era mediana, morena, esbelta y guapetona, le servía
café las tardes-noches en esa cafetería cercana al Metro Moctezuma dónde acudía
a leer después de salir de la fábrica de Candiles Lacamex y hacer las tareas de
la Escuela Mexicana de Electricidad. Ella se declaró sorprendida porque el
Ronco leyera también Excélsior y amistosa le regaló dos libros, “que a mí me
han ayudado mucho”: Arañas y Moscas, un panfleto que en 20 páginas ilustraba
cómo organizar obreros para que “dieran la lucha de clases” y la Biografía del
Manifiesto del Partido Comunista, un librotote de 400 páginas o más con la
recopilación histórica de las fuentes de Carlos Marx y Federico Engels para
redactar el famoso manifiesto. Luego, por el influjo de Toñita, de las lecturas
y sin asesoría alguna, el Ronco quiso organizar un sindicato en la fábrica,
pero lo cacharon. Se volvió costurero y cortador de ropa.
Por esos meses supo de Electra, treintona, chaparrita,
esbelta, con lentes y cara de muchas lecturas, era jefa de costureras. Se
habían conocido en la glorieta de insurgentes entre los grupos medio hipis que
compartían “contracultura”. Ambos intercambiaban lecturas e interpretaciones de
Avándaro en 1971, repudiaban la “cerrazón gubernamental”, las matanzas del 68,
del 10 de junio, justificaban las guerrillas de Nuevo León, Chihuahua, del DF y
por supuesto de Guerrero. Electra le invitó a un “campamento de reflexión” en
talleres de marxismo, para “la organización proletaria” de “cómo hacer
recuperaciones para la causa”; cuando le invitaron a una “comisión clandestina
riesgosa” el Ronco dijo: “Yo me abro, tengo que seguir trabajando para mi
familia”.
Dos comunistas de la Ibero
Con el diploma de “experto electricista” en 1972, el Ronco
creyó erróneamente que equivalía a Secundaria; si le aceptaron en la
Preparatoria Popular Mártires de Tlatelolco (la PP); allí le apodaron El Rojo.
Los profesores impartían clases gratuitamente, varios militaban en todas los
istas de entonces (trotskistas, maoístas, comunistas, socialistas, Hebertistas,
talamantistas) y reclutaban alumnos. Al Ronco le gustó estar en un ambiente de
“aprendizaje realista y politización”, asimiló mucho de Edmundo Jardón, excelso
profesor de literatura y veterano comunista; la personalidad de dos profesores
lo atrajeron: José Luis Hernández y Pedro Etienne Llano, jóvenes sociólogos,
con lenguaje no panfletario y con tonito verbal de la Ibero. Ellos habían
participado en el movimiento del 68, luego en el CNAC, con Heberto Castillo,
pero “como no era aceptable su caudillismo” se fueron con Rafael Aguilar
Talamantes a fundar el Partido Socialista de los Trabajadores. Ellos, cooptaron
fácil a El Rojo que seguía de obrero, pero un grupo emigró por el “caudillismo”
de Rafael Aguilar Talamantes.
Coaligado y al PCM
El Rojo fue parte del grupito que se llevó sus ligas con
campesinos, maestros normalistas, académicos, obreras de la capital y
estudiantes: el Movimiento de Organización Socialista (MOS) que
“caudillistamente” representaba el profesor Roberto Jaramillo. El Rojo seguía
de obrero al terminar la Prepa popular y en el MOS aprendió de Maruca y Juvenal
González, de Elena y Armando Tova, Orlando Ortiz y Carmen, de Cristina y Miguel,
de José Nassar, Arturo Salcido. Era un crisol fraterno y rebosante del
izquierdismo desatado como reacción a los gobiernos autoritarios. El Rojo se
sentía tonificado.
En 1976, cuando el Comité Central del PCM decidió que
Valentín Campa Salazar fuera su candidato a la presidencia de la República sin
registro, logró integrar la Coalición de Izquierda, con el pequeño crisol del
MOS y los trotskistas de la Liga Socialista. El Rojo fue brigadista en varias
entidades. Después siguieron coaliciones del PCM con grupos de esa izquierda
abigarrada hasta que el Rojo ingresó al PCM en 1978, luego se integró a la
célula Froylán C. Manjarrez y al equipo de reporteros-redactores del semanario
Oposición, como “profesional del partido”. En 1979 se decidió que fuera como
reportero a la Guerra de Nicaragua con credenciales de Oposición, Prensa
Latina, Interviú y unomásuno. Cumplió y a partir de allí se definió como
el reportero.
El reportero
A la disolución del PCM, el reportero ya no ingresó al PSUM
ni al PMS ni a otro. En 1981 pudo ser contratado como reportero de Excélsior y
como tal hizo la cobertura completa de la campaña de Arnoldo Martínez Verdugo.
Ya sin partido, en 1985 lo aceptó como esposo una pedagoga y
profesora comunista, muy independiente, guapísima, rebosante de principios
familiares y de esa ética de solidaridad permanente para quien la necesite. Es
la comunista que más le marcó e incluso lo sigue reeducando para la
convivencia.
El reportero lleva 31 años moldeando su identidad de vida
como periodista profesional y todavía no termina de hacerlo porque apuesta a
que el periodismo cumpla su misión social de informar veraz y sinceramente. Ha
sido director de la Revista Mexicana del Consumidor, director de noticias del
Grupo ACIR; jefe de información en Canal 40, en la DGI de la UNAM y del
noticiero En Blanco y Negro de MVS con Carmen Aristegui y Javier Solórzano. Fue
investigador de Asuntos Especiales en El Universal, de MILENIO Diario, gerente
de Contenidos de Capital Media como segundo del Director Editorial, Raymundo
Riva Palacio, hasta febrero de 2019.
Por toda esta vida, el reportero siente que les debe
reciprocidad a los comunistas de antes, a los que conoció dentro y fuera del
partido, porque les aprendió esa otra forma de mirar el mundo, porque los sobrevivientes
son ejemplos vivos de tesonería, de espíritu de cuerpo y de sacrificio, de esa
mística –hoy casi extinta-- de pensar a los demás y servirles. Les admira y
agradece.
Cerca del centenario de la fundación del PCM le llueven
invitaciones para regenerar un partido de izquierda comunista o socialista. Y
ahí le aguijonea su dilema. Le gustaría poner sus capacidades a esa causa, pero
se opone su identidad profesional. Desde hace 31 años supo que la mayoría de la
gente también necesita del periodismo profesional y que, como a todos los
periodistas éticos, le corresponde ejercer y defender esa libertad de prensa
que ayudaron a conquistar. La sociedad necesita esos periodistas que también
fueron factor para la insurrección cívica y pacífica que dio el triunfo
electoral de López Obrador.
(*) Reportero desde 1977. Especializado en investigación en
Excélsior, El Universal, Milenio y otros. Dos veces Premio Nacional por el Club
de Periodistas. Autor de los libros Zócalo Rojo, Zorrilla y Sólo para
periodistas. Profesor invitado en varias universidades. En 2013 y 2015 el
Colegio de Sinaloa le concedió la Cátedra de Periodismo y Comunicación “Pablo
de Villavicencio”. Miembro fundador del Consejo Consultivo del Mecanismo de
Protección a Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas de la
Segob (2010-2014). Director fundador de Casa de los Derechos de Periodistas,
A.C. Consultor en temas de protección, leyes y políticas públicas sobre el
periodismo en la asociación periodistastrespuntocero. Consejero editorial de la
revista Zócalo y del Sistema Informativo Vía Libre. Su columna para periodistas, Miradas de
Reportero, se publica en medios impresos y digitales de 14 entidades del país.
Es autodidacta. Email: rogeliohl111@gmail.com
Ra.
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