Los Santos Reyes
(Prohibido para niños
menores de 12 años)
Elios Edmundo Pérez
Márquez
Para mi hermana
Ludmila, en su cumpleaños.
Red-Accion | Ecatepec, Méx., lunes 6 de enero de 2020
Como, a sus 52 años, doña Jose no tenía hijos, se puso feliz
cuando Cecilia, su vecina, le pidió que le guardara los juguetes que, “los
Santos Reyes” les traerían a sus hijos
el siguiente 6 de enero y se sintió parte del plan, una cómplice de la
felicidad, una abuelita de tres nietos recién llegados.
Era diciembre,
época de posadas y, además de su trabajo en el hospital, Cecilia consiguió un
puesto en el tianguis nocturno de Ciudad Azteca, con jornadas que se
prolongaban hasta las dos o tres de la madrugada. A pesar de ello, todas las
mañanas, tratando de que, sus hijos, no la vieran, le llevaba, a doña Jose, uno
o dos juguetes, que ella guardaba en una de las habitaciones, que se
encontraban en la parte alta de su casa y, al hacerlo, experimentaba esa
agradable sensación de secreto y misterio, que sólo los padre con hijos
pequeños experimentan año con año.
Doña Jose vivía
con don Heladio, su marido, quien, todas las mañanas, muy temprano, salía a su
trabajo en el rastro municipal, del cual regresaba ya muy avanzada la noche, y
nadie los visitaba; no obstante, durante esos días, para evitar cualquier
sorpresa, en cuanto don Heladio salía, se aseguraba de cerrar con llave la
puerta de su casa, temiendo que, alguna persona o los hijos de Cecilia, se
dieran cuenta de lo que escondía.
Se moriría de
vergüenza y de pena si, los niños se
llegaran a enterar de que, en algún lugar de la casa, tenía escondidos los
juguetes que recibirían el Día de Reyes, y más avergonzada se sentiría ante
Cecilia, quien había depositado, en ella, toda su confianza y la había hecho partícipe de ese emocionante
juego que, nunca antes, había jugado.
El 5 de enero,
doña Jose no cabía de la inquietud. Una y otra vez salía de la habitación donde
estaban los juguetes, como si temiera que fueran a desaparecer, como por arte
de magia y los contaba, los acomodaba de una manera y, luego, los volvía a
revolver.
Al mediodía,
cuando fue al mercado, no pudo resistir la tentación y, como no sabía nada de
juguetes, en el tianguis que le quedaba de paso, adquirió tres pantalones, del
mismo modelo, pero distinto color y talla, y tres bolsas de dulces, para incorporarlos al conjunto de juguetes que
tenía en su casa y que, en unas horas más, provocarían la alegría de los tres
niños de Cecilia.
Cerca de las ocho
de las noche, Cecilia, antes de irse al tianguis nocturno, la pasó a ver, para
entregarle los últimos juguetes, con los que completaba la lista que había
visto en las cartas que, sus hijos, les habían dirigido a los Reyes Magos.
Se notaba muy
cansada. Ya era más de un mes de doble jornada laboral, el trabajo en el hospital y la vendimia en el
tianguis. Sin embargo, se sentía satisfecha. Gracias a ello, pudo juntar lo
necesario, para que sus hijos tuvieran un feliz Día de Reyes; hoy, sería la
última noche de desvelo y estaba
convencida de que, su sacrificio, no había sido en balde.
Quedaron de verse
a la medianoche, ya que los niños se hubieran dormido, para instalar los
juguetes en el lugar apropiado; de tal suerte que, al despertar, los tres
niños, se volverían locos de contento con los juguetes que les habían traído
los Reyes Magos.
Sólo esperaba que
Cecilia no llegara muy tarde, ya que, según le comentó, además de tener el
sueño muy pesado, con las desveladas del último mes, se sentía agotada y, cada
día, le costaba más trabajo despertar; así que se pusieron de acuerdo para que fuera por los juguetes, antes de
dormirse.
Cerca de las diez
de la noche, aún inquieta por la llegada de los Santos Reyes, después de
bañarse, doña Jose hizo una última vista al cuarto donde estaban los juguetes y
los tres pantalones. Entró en la habitación, donde su marido dormía,
profundamente, y roncaba como un bendito. Se acostó a su lado y se quedó
dormida.
A la mañana
siguiente, despertó por el llanto y los gritos de los hijos de Cecilia. Aun no
salía el sol, pero los tres chiquillos, en pijama, lloraban desconsolados, y le
gritaban a su mamá que los Santos Reyes, no les habían traído nada.
Abuela sin
nietos, compañera de causa, cómplice del secreto, doña Jose no pudo tener una
mejor idea, para remediar la situación, evitar un trauma a los niños y
salvaguardar el buen nombre de los tres Reyes Magos; así que, bajó los juguetes
a la sala, los esparció por el piso y salió de su casa, gritando:
-¡Doña Cecy, doña Cecy, ábrame la puerta; que, en mi casa,
hay un montón de juguetes para sus niños¡ ¡Yo creo que los Reyes Magos se equivocaron! ¡Doña Cecy, Doña Cecy!
eliosedmundo@hotmail.com
Ra.
Publicar un comentario Blogger Facebook