Cuando se cumplen 50 años de la muerte del rey de las rancheras, su figura se disputa entre las luces de un músico brillante y las sombras de un hombre consumido por el alcohol y acusado de maltrato. EL PAÍS viaja a los orígenes del cantante para intentar descifrar el mito y conocer a la persona
José Alfredo Jiménez. ARCHIVO FAMILIAR JIMÉNEZ GALVEZ/EL PAÍS |
La Música Sana es un espacio de
recreación en Red-Acciones que se ocupa de recordar fechas
alusivas al tema, como ya ocurrió con Javier Solís, Jimi Hendrix, Fito Páez, ahora con José Alfredo, pero muy bien puede ocuparse de los Leones de la Sierra
de Xichú de Irakere o de Mozart o de la Santanera.
Red-Acciones | Viernes 24 de noviembre de 2023
LA VIDA NO VALE NADA
El 23 de noviembre de 1973 muere de cirrosis hepática “el
Hijo del Pueblo”, José Alfredo Jiménez, en un hospital ubicado en el sur de la
Ciudad de México, a los 47 años.
Cuando ya se encontraba internado en la Clínica Londres decidió despedirse de sus admiradores, haciendo su última aparición pública en el programa Siempre en Domingo, para al terminar, regresar al hospital. Se dice que cuando los doctores le notificaron que le quedaban pocos meses de vida, se fue de parranda por tres días con sus noches acompañado de su gran amiga Chavela Vargas y el compositor Tomás Méndez al mítico Tenampa, en Garibaldi. ¿Y cuál es tu canción preferida del “patrono de las cantinas”? (Tlatoani_Cuauhtemoc / https://x.com/Cuauhtemoc_1521/status/1727846278024052972?s=20).
Viaje al centro de
la leyenda de José Alfredo Jiménez
Cuando se cumplen 50 años de la muerte del rey de las
rancheras, su figura se disputa entre las luces de un músico brillante y las
sombras de un hombre consumido por el alcohol y acusado de maltrato. EL
PAÍS viaja a los orígenes del cantante para intentar descifrar el mito
y conocer a la persona
Dolores Hidalgo / México - 22 NOV 2023 -
22:30 CST
Es la década de los sesenta y en una habitación
preadolescente del Distrito Federal suena el primer disco de los Beatles. El
vinilo gira bajo la aguja de un pequeño tocadiscos, uno de esos que al cerrarse
se convierte en una maletita. Esta es de color rosa, un regalo que José
Alfredo Jiménez ha traído para su hija Paloma desde Los Ángeles, probablemente
tras una de sus últimas giras. Se lo compró a su amigo Larry, que tiene una
tienda de electrodomésticos en la ciudad de Hollywood. Padre e hija suelen
pasar las tardes escuchando música juntos, tumbados en la cama de Paloma. Son
los años en los que el rock and roll empieza a poner patas arriba la industria
musical y el cantante, el rey sin trono de la música ranchera, mira con
curiosidad y recelo el avance imparable de esa corriente de guitarras
eléctricas y tipos estrafalarios.
Él, tras sus giras, suele traer a casa discos de los
artistas que triunfan en el extranjero, como Elvis, otro tipo de rey al norte
de la frontera. Pero el álbum de los Beatles lo
ha comprado Paloma. Y al compositor de Que te
vaya bonito, quizá la despedida más hermosa, digna y desgarradora de la
historia de la música, le encantan los cuatro melenudos de Liverpool. “Estos sí
son muy buenos músicos”, le dice a su hija. Otras tardes, busca respuestas en
el viento con Bob
Dylan o se pierde en la psicodelia de Pink Floyd, en los que le introduce
su otro hijo, José Alfredo Jiménez Jr.
La leyenda cuenta que José Alfredo era el cantante de las
cantinas, la parranda y el exceso. Pero “cuando estaba en casa, quería estar
ahí”, replica Paloma (69 años), que seis décadas después todavía atesora en la
memoria aquellas tardes con su padre. Lo mismo escuchando rock en inglés que
tangos de Carlos
Gardel. O los álbumes recién salidos del horno del propio compositor.
“Venía con el disco bajo el brazo como el pan calientito”, recuerda. “Siempre
había música en casa”.
El primer disco como solista de José Alfredo Jiménez, visto en la casa- museo del artista.IÑAKI MALVIDO |
A José Alfredo, la prensa, la televisión y el cine le
hicieron un traje a medida: el del hombre de campo, rudo pero cariñoso,
mujeriego pero familiar, generoso, intempestivo. Y los lugares comunes lo
encumbraron como una suerte de autor de la marginalidad. “El gran poeta popular
del siglo XX en México”, lo definió Carlos Monsiváis. Un vaquero sentimental
que compuso la banda sonora de los borrachos despechados —“la épica de la
embriaguez”, resumió, de nuevo, Monsiváis—. Dicen los que lo conocieron que
definirlo no es fácil: el compositor fue un hombre de extremos, con tendencia a
la depresión y la euforia; la ternura y, en ocasiones, la violencia.
Un charro de ciudad
Si para algunos José Alfredo es el símbolo del hombre
mexicano del siglo XX, su tierra, Guanajuato, podría ser un fotograma del
México de las películas de la Revolución.
El polvo y los cerros, los nopales y las vacas, las aldeas fantasmas a orillas
de la carretera. El cantante nació en 1926 en una casa del centro de Dolores
Hidalgo, el pueblo que lleva la patriótica etiqueta de ser la “cuna de la
independencia nacional”; donde, en 1810, Miguel
Hidalgo hizo sonar la campana de la iglesia en lo que fue el
pistoletazo de salida de la independencia mexicana.
Cuando el cantante llegó al mundo, aquella efeméride
política ya quedaba lejos. Era la década posterior a la Revolución, tiempo de
nacionalismo, promesas y patrias. El Gobierno buscaba consolidar la idea de una
única identidad mexicana en un país tan inabarcable y diverso como México.
Eligió la figura del charro,
el estereotípico hombre de campo con su eterno sombrero calado, el papel que
José Alfredo representó toda su vida frente a los focos.
Visitar la casa en la que creció, hoy un museo sobre su
figura, ayuda a ver lo alejado que estaba en realidad el cantante de ese
símbolo rural. La residencia no es, ni mucho menos, la casa de un campesino,
sino la de una familia de provincias acomodada para la época. Es uno de esos
hogares típicos del campo mexicano: de un solo piso, sin ventanas al exterior,
pero con tres patios interiores en torno a los que se encuentran las
habitaciones. Su padre fue el primer farmacéutico del pueblo, un puesto por aquel
entonces bien situado. “El problema es cuando el papá se muere en 1936. Para
José Alfredo es un golpazo y tiene que ir a [Ciudad de] México a ganarse la
vida”, narra José Azanza (62 años), sobrino del cantante y director de la
casa-museo, durante una visita guiada.
Tras la conmoción por la muerte de su padre, con 10 años el
cantante se muda a la colonia Santa María de la Ribera, en el Distrito Federal,
junto a su tía Cuca. Compone sus primeras canciones a silbidos — preocupado por
perder su toque, nunca llega a aprender lenguaje musical—. Deja los estudios en
la secundaria. Comienza a trabajar en un restaurante. Forma el trío musical Los
Rebeldes, con el que recorre los bares y balcones del barrio serenando a los
vecinos a cambio de unos pesos. En una carambola de la vida, juega de portero
—el fútbol, tras la música, es su gran pasión— en primera división, primero en
el Oviedo y luego en el Marte, donde será suplente de otra leyenda,
Antonio Tota Carbajal, el
primer futbolista en vestir la camiseta de la selección mexicana en cinco
mundiales.
Quizá te interese:
A finales de los años cuarenta lo descubre el músico Andrés
Huerta. Lo lleva a la radio. En un país cada vez más enganchado al transistor,
la voz de José Alfredo se cuela en los hogares de todo el país. En unos años es
ya uno de los cantantes más cotizados. Encumbrado como el mejor compositor de
México, sus canciones suenan en boca de la flor y nata del panorama
musical: Jorge
Negrete, Pedro Infante, Lola
Beltrán o Pedro
Vargas. Participa en una veintena de películas, se codea con las élites
artísticas.
La letra de 'Vino y mujeres', una canción inédita hasta que la interpretó El Tri de Alex Lora, escrita a mano en un cuaderno por José Alfredo.IÑAKI MALVIDO |
Cara A / Cara B
Sus canciones hablan de desamor, olvido, sufrimiento. Pero
también de alegría, borracheras y cantinas. De esos años son las famosas noches
cerrando la plaza Garibaldi,
acodado en la barra del Tenampa con Chavela
Vargas. De recorrer el país de punta a punta con la Caravana
Corona, aquel espectáculo ambulante que reunía a las grandes voces de la
época. Marco Antonio Muñiz (90 años), histórico cantante de boleros, es uno de
los únicos testigos que todavía vive para recordarlo. Además de la Caravana,
compartió con José Alfredo muchos momentos en televisión y un par de películas.
“Nos conocimos en un bar. Él siempre tuvo inclinación por la copita, pero,
después de dos copas, con lo que tenía al ladito, una libreta, una servilleta,
cualquier cosa, se ponía a sacar una letra y ahí nacían las canciones, con una
facilidad, con una calidad, estupenda. Yo lo recuerdo entre mis grandes
amigos”, dice Muñiz, sentado en su casa de Coyoacán, Ciudad de México, en una
habitación presidida por sus discos de oro.
Esa era la cara reluciente, el éxito de un compositor que
escribía canciones brillantes e hizo de los bares de la ciudad su residencia
artística. En el lado oscuro habitaban los problemas con el alcohol que lo
acabarían matando, las depresiones, la violencia. “Tal vez José
Alfredo era depresivo y por eso se inclinaba hacia el alcohol, el
sufrimiento es una marca en sus letras. Pero siempre hay una redención, el amor
o Dios, no se hunde en ese dolor, pero está presente”, matiza su hija Paloma.
“Era una persona que vivía en los extremos, podía ser muy feliz o podía sufrir
mucho. Disfrutaba igual un partido de fútbol que una buena comida o una noche de
tragos”, dice Azanza.
En 1952, José Alfredo se casó con Paloma Gálvez. Con ella
tuvo dos hijos: Paloma, que ahora es la principal custodio del legado de su
padre, y José Alfredo, fallecido en 2021. “Fue un padre muy amoroso, muy
cálido, que estaba al pendiente de su familia. Tenía mucha ternura y la sabía
expresar”, evoca su hija, que menciona cómo el cantante la enseñó a manejar
bien su dinero, o la impulsó a trabajar cuando ella quiso dejar de estudiar, a
pesar de la situación desahogada de la familia, para que aprendiera a “ser
responsable”. Azanza rememora la vez en la que su tío les llevó a una gira por
California. “Un día nos secuestró a los cuatro hermanos, nos llevó a una
juguetería y nos dijo: ‘Pidan lo que quieran’. Llegamos al hotel como si fuera
Navidad”.
Las giras y las grabaciones eran buenas excusas para
justificar las temporadas fuera de casa. José Alfredo y Paloma Gálvez nunca se
divorciaron, pero el músico se buscó una familia paralela con la bailarina
María Medel, con la que tuvo otros tres hijos: José Antonio, José Manuel y
Martha. “Podríamos decir que José Alfredo llevaba una doble vida. Yo me enteré
de la existencia de sus otros hijos ya muy grande. Mi madre siempre fue muy
prudente, siempre nos hizo ver en mi padre una imagen impecable. No fuimos la
única familia en la que el padre tenía otra familia. Claro, que mi padre era
una figura pública y se filtraba un poco más. Un día un vecino me dijo: ‘Tu
padre no anda de gira, anda con viejas [mujeres]’. Yo debo haber tenido 10 años
y pensé, este señor es un envidioso”, dice Paloma Jiménez.
Paloma Jiménez Gálvez en la oficina de su casa, en Ciudad de México.IÑAKI MALVIDO |
Paloma Jiménez no recibió el libro con cariño. “Estuve a
punto de demandar a Alicia Juárez porque esa señora solo dijo mentiras. Mi
padre no era macho. Jamás en la vida me pegó ni con un kleenex.
Jamás lo vi violento ni borracho. Con mi madre siempre fue muy amoroso”. Azanza
es menos categórico: “Una relación difícil con José Alfredo la tuvieron todas
sus mujeres. Yo pienso que vivir con él era como estar casado con un huracán”.
José Alfredo no llegó a casarse nunca con Juárez —tuvieron una ceremonia, pero
sin carácter legal—, y ella no formó parte de la millonaria herencia, de la que
sí se beneficiaron los hijos de su relación con María Medel.
El cartel de un homenaje que le hicieron a José Alfredo en 1972, el último año de su vida, con Alicia Juárez y Juan Gabriel, entre otros.IÑAKI MALVIDO |
Poeta de la ranchera
En 1997, a Federico Velio (60 años) le rompieron el corazón.
“Tuve una decepción amorosa, a los guapos también nos dicen que no”, bromea,
sentado en una sala del Congreso de Guanajuato, después de un día de trabajo.
Se fue a beber y escuchar boleros con un amigo. Acabaron, como tantas otras
madrugadas, cantando a José Alfredo. Ese fue el germen de su libro El
último trago (2023), una aproximación desde la filosofía a las
letras del compositor. “Lo que tiene José Alfredo que no tienen otros cantantes
de ranchera es la cualidad poética de sus canciones”, sintetiza el periodista e
historiador.
No ha sido el único en estudiar desde la academia al cantante.
Hay al menos cuatro tesis doctorales sobre él, una de ellas de su hija Paloma,
doctora en letras, que realizó un profundo análisis en el que reivindica los
versos de su padre por su alta calidad literaria. Una versión de su tesis fue
publicada en 2021 con el título Cuando te hablen de amor y de ilusiones por
la editorial La Rana.
Un cuadro del artista Octavio Ocampo que muestra a José Alfredo y sus intérpretes, con alusiones a su biografía y a su tierra natal.IÑAKI MALVIDO |
Como ejemplo, menciona su amistad con Chavela Vargas,
artista lesbiana a la que el cantante “cobijó en el ambiente”, o su
apadrinamiento de Juan Gabriel, también homosexual, al que José Alfredo
consideraba la siguiente gran estrella de México. “A pesar de que tenía una fobia
tremenda a los homosexuales le dio el visto bueno como artista a Juan Gabriel
desde la primera vez que lo escuchó. Dijo: ‘Este muchacho va a marcar
precedente en una música distinta’”, coincide Torres Cuerva.
El último trago
En el cementerio de Dolores a nadie le extrañan las visitas.
Cuando un desconocido se adentra en ese bosque de lápidas y cruces blancas, los
trabajadores tienen claro a dónde se dirige sin necesidad de preguntar:
—La tumba de José Alfredo está allá, en ese poste a la
derecha.
El mausoleo es una suerte de serpiente de colores que
representa un sarape, la prenda por excelencia del campo mexicano, y zigzaguea
hasta un enorme sombrero de charro del tamaño de una capilla pequeña. En la
base, la inscripción: “La vida no vale nada”, que José Alfredo escribió tras la
muerte de su hermano Nacho en 1953. La tumba, en la que descansan los huesos de
José Alfredo y su madre, está limpia. Hay flores frescas.
Sus fieles vienen en peregrinación desde los cinco
continentes. Rezan, cantan sus canciones, beben y fuman a su salud. “El mundo
es diferente, pero José Alfredo no ha muerto después de 50 años″, dice un
trabajador del cementerio. “Es más famoso que Miguel Hidalgo”, pontifica. Azanza
asegura que tienen que restaurar el mausoleo cada año ante la erosión de tantas
visitas.
La suerte es una paradoja caprichosa. Al lado de la tumba
del símbolo del México charro y viril, hay otro panteón algo más descuidado,
con una pared de pintura blanca pelada cubierta por la pequeña biografía de su
inquilina, Virginia Soto Rodríguez: la primera presidenta municipal que tuvo
México, también primera diputada federal en Guanajuato, una de esas pioneras
que abrió los caminos por los que ahora transita la democracia mexicana, que si
nada cambia, elegirá en 2024 una presidenta de la República por primera vez en
su historia.
José Alfredo no quería su mausoleo. Él ansiaba una tumba
sencilla, como las del resto del cementerio, con una pequeña placa de madera de
mezquite en la que, eso sí, se leyera su epitafio eterno: “La vida no vale
nada”. Su deseo se cumplió un tiempo. En 1998, se inauguró el nuevo panteón,
obra del arquitecto Javier Senosiain —marido de Paloma Jiménez—, más
monumental, más acorde al tamaño de la leyenda. La vieja placa está expuesta en
la casa museo. En ella se lee su nombre, la fecha de nacimiento y la de la
muerte, la consabida frase, R.I.P., una cruz ladeada, una clave de sol, una
corchea. Como talladas a navaja por un adolescente enamorado en el tronco de un
árbol. “Yo creo que José Alfredo era un rockero”, filosofa Azanza mirando la
placa.
Un busto de José Alfredo, visto en la casa-museo José Alfredo Jiménez.IÑAKI MALVIDO |
Al final de sus días, cuando el alcohol ya lo había
consumido y convalecía en la clínica Londres, al sur de la Ciudad de México,
decidió ir a cantar al programa Siempre Domingo. Se despidió de su
público con un par de canciones. Volvió al hospital. Un día, en una visita del
padre de Azanza, también llamado José, sobrino del compositor y compañero de
parrandas, José Alfredo auguró:
—Ya se acerca el viaje a Dolores. ©
Ra.
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